domingo, 20 de mayo de 2018

Por siempre Tom Wolfe

A partir de los años 60, sus crónicas crearon un paradigma que no ha podido ser superado


LA HABANA, Cuba.- Dicen, sin aclarar si mejoró o empeoró –en estos tiempos ya nunca se sabe-, que New York ya no es la misma ciudad que pintó Tom Wolfe en su novela La hoguera de las vanidades (The bonfire of the vanities), de 1987. Y es que nada podía seguir igual luego de ser descrito Tom Wolfe. Ocurrió con Atlanta luego de A man in full, con los hippies luego de Ponche de ácido lisérgico (The electric kool-aid acid test), con “la izquierda exquisita”, con la cultura pop, con el mainstream intelectual, con la percepción de la sociedad estadounidense. Pero sobre todo, Wolfe cambió la novela, devolviéndole el realismo de los tiempos de Zola, Dickens y Balzac. Y más aún, el periodismo, que convirtió en Nuevo Periodismo.
A mí también me cambió Tom Wolfe a partir de que lo descubrí (con retraso, a Cuba todo llega con retraso). Le debí el hallazgo de Wolfe y del periodismo literario todo a mi amiga Mercedes Moreno, que fue quien me inició en el periodismo independiente, del que era una de las pioneras (antes había sido comentarista deportiva del NTV). Se apareció una tarde de los años 90 con el libro “Los periodistas literarios”, y al ponerlo en mi mano, me dijo: “Esto es lo tuyo”. Mercedes, que sufría al ver que yo, sacado de la narrativa, no acababa de coger el paso en el periodismo, tuvo toda la razón, como casi siempre.
Después de conocer a Tom Wolfe y a Truman Capote, Hunther Thompson y Gay Tallese -como si ya no tuviese bastante con García Márquez y Vargas Llosa- quedé condenado a nunca quedar conforme con lo que escribiera, la vista ida hacia esos picos inaccesibles. Pero lo mismo o similar le pasó –se les nota- con Wolfe a muchísimos escritores y periodistas de mi generación, también de la posterior y me temo que no faltarán de la próxima, a pesar de las redes sociales, las fake news y toda la alharaca digital posmoderna, desmemoriada y entontecedora.
A partir de los años 60, las crónicas de Tom Wolfe crearon un paradigma que no ha podido ser superado, con el uso de los diálogos y los monólogos interiores, la minuciosidad en los detalles y las descripciones de personajes, lugares y atmósferas.
Tom Wolfe no inició el Nuevo Periodismo, honor que le corresponde a Truman Capote con “A sangre fría”, de 1965. Pero como ocurrió con Elvis y el rock and roll, con Wolfe alcanzó el Nuevo Periodismo su plena definición. Y sin proponérselo. Negaba que él y sus colegas hubiesen tenido “la más mínima intención de crear un periodismo mejor o una variedad ligeramente evolucionada”, aseguraba que “jamás soñaron en que nada de lo que fuesen a escribir para diarios o revistas fuese a crear tales estragos en el mundo literario… a destronar a la novela como número uno de los géneros literarios, a dotar a la literatura norteamericana de su primera orientación nueva en medio siglo”. Sin embargo, pusieron a temblar a Saul Bellow, John Updike y Philip Roth.
Explicaba Wolfe que los Nuevos Periodistas, “tuvieron para ellos solos los locos años 60, obscenos, tumultuosos, mau-maus, empapados en droga, rezumantes de concupiscencia”. Y el producto no pudo ser mejor.
Ha muerto Tom Wolfe, pero se queda para siempre, afincado en el lugar donde están los grandes. Solo se me ocurre, para honrar al maestro, mejor que esta crónica, poner más alta la música de los Grateful Deadque viajaban en aquel ómnibus embrujado con Ken Kesey y Neal Cassady, dispararme un buen trago de ron y como hacía él, mandar al diablo las categorías literarias… y a los categorizadores.

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