René Gómez Manzano
Abogado y periodista independiente
Algo se ha aclarado sobre la muerte
de un parlamentario venezolano y una mujer acaecidos el primero de octubre,
pero sigue habiendo puntos oscuros
Al
cabo de quince días del brutal asesinato del diputado chavista Robert Serra y
su compañera, el presidente Nicolás Maduro formuló declaraciones al respecto.
El plato fuerte de su comparecencia fue la exhibición de una cinta de video en
la que aparecen los presuntos autores materiales del crimen llegando al
domicilio del parlamentario.
En
realidad, uno no entiende por qué esas imágenes, que con seguridad se
encuentran en poder de las autoridades desde el mismo día de los hechos, sólo
han sido dadas a la publicidad al cabo de dos semanas. A lo anterior se une la
sospechosa publicación en Internet, hace unos días, de fotos del cadáver de
Serra en la morgue caraqueña. Esta divulgación indica, o bien una implicación
en los hechos de personas vinculadas al régimen chavista, o bien el alto grado
de descomposición que impera dentro de éste.
En
sus declaraciones, Maduro involucra nada menos que a Edwin Torres Camacho, jefe de los escoltas del diputado y
uno de los detenidos por estos hechos. El Jefe de Estado afirmó que el
cabecilla de una pandilla, conocido como El
Colombia, “compró con dinero en efectivo” al custodio. Mencionó a otros
cuatro sujetos —todos con alias delincuenciales— que están siendo buscados.
De
entrada, los más encumbrados dirigentes de la bandería del occiso atribuyeron
su muerte a los enemigos políticos comunes. Al día siguiente de los hechos,
Maduro afirmó que en éstos estaban involucrados el ex presidente colombiano
Álvaro Uribe y personas radicadas en Miami. Fidel Castro dejó pasar más tiempo
antes de pronunciarse, pero al hacerlo, empleó para caracterizar el crimen la
frase siguiente: “de tal modo ajustado a la práctica de los peores organismos
yankis de inteligencia…”.
Todas
esas afirmaciones son, cuando menos, discutibles. No hago imputaciones, pero sí
evoco un hecho anterior que los “socialistas del siglo XXI” no desean recordar
ahora. Ese sucedido presenta grandes similitudes con el que nos ocupa. Se trata
del atroz asesinato de Mélida Anaya Montes, acaecido el 6 de abril de 1983 en
la Nicaragua sandinista.
La
mencionada señora, que era conocida como “Comandante Ana María” del Frente Farabundo Martí para la Liberación
Nacional (FMLN) de El Salvador, fue víctima también del arma blanca. Aunque con
ella se ensañaron todavía más que con Serra: ¡recibió más de ochenta
puñaladas!, el doble que el diputado chavista.
También
en aquella oportunidad las acusaciones del crimen recayeron de inicio en el
receptivo y complaciente “totí” al que los rojos de este mundo achacan todos
los males habidos y por haber: “el imperialismo yanqui”. Horas después del hecho,
el gobierno sandinista y el FMLN responsabilizaron del mismo a la Agencia
Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA). El ministro del Interior
nicaragüense, Tomás Borge, hizo en forma pública una pregunta retórica: “¿Quién
podría estar interesado en asesinar a Ana María?”. Él mismo se contestó:
“Obviamente, sólo el imperialismo norteamericano”.
Sin
embargo, muy poco tiempo después se puso de manifiesto que las culpas debían
buscarse muchísimo más cerca: nada menos que entre los mismos “hermanos de luchas”
de la occisa. Los móviles del crimen habrían sido las querellas internas en las
filas de la citada organización subversiva, convertida ahora en respetable
partido político gobiernista.
La
autoría intelectual de aquel hecho se le atribuyó a Salvador Cayetano Carpio
(el “Comandante Marcial”), entonces jefe supremo del FMLN. Hay que recordar que
este personaje “se suicidó” de modo muy conveniente seis días después de ultimada
Ana María. Para más inri, él mismo había sido el orador principal en el sepelio
de la dama…
Por
supuesto que en este momento no se puede afirmar que con Serra y su compañera haya
sucedido algo parecido. Pero de entrada tampoco puede excluirse esa variante.
Esperemos las explicaciones que brindarán en su momento el mismo presidente
Maduro o los flamantes investigadores especiales del macabro suceso. Y estemos
listos —sobre todo— a analizar las pruebas
objetivas que ellos aporten —en su caso— como justificación para imputarle a
determinadas personas la autoría intelectual del hecho.
En
el ínterin, no perdamos de vista que las pesquisas del nuevo asesinato son
llevadas a cabo no por un equipo técnico, sino por personas altamente
politizadas e identificadas de lleno con el chavismo y el castrismo, como son
los corchetes de Maduro y sus omnipotentes asesores cubanos. La
Habana, 17 de octubre de 2014.
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