Dr. René Gómez Manzano
Abogado y periodista independiente
Menos mal que en la Casa Blanca
están conscientes de que cambiar tres espías por Alan Gross es un pésimo negocio
El
influyente diario New York Times ha
agregado un nuevo capítulo a su apuesta editorial para que el gobierno de
Barack Obama normalice las relaciones con el régimen castrista. A los tres
artículos de fondo anteriores (en los que reclama el levantamiento unilateral
del embargo), el pasado fin de semana adicionó otro referente al caso de Alan
Gross, el contratista norteamericano encarcelado en La Habana desde hace casi
cinco años.
Los
planteamientos del periódico izquierdista al respecto son terminantes: “Sólo
hay una manera viable de retirar a Gross de una ecuación suficientemente
compleja. La administración Obama debe canjearlo por tres espías cubanos que
llevan más de 16 años tras las rejas en Estados Unidos”. Ni siquiera el
Ministerio de Relaciones Exteriores castrista fue tan explícito en su declaración
oficial del pasado junio. En ella sólo se atreve a aludir, de manera
eufemística, a la “disposición de Cuba a buscar de conjunto con Estados Unidos
una solución a los casos de Gross y de Gerardo, Ramón y Antonio, que sea
aceptable para ambas partes”.
Entre
las razones que justificarían la liberación de estos últimos tres espías, los
editorialistas neoyorquinos citan “las críticas válidas que han surgido
respecto a la integridad del proceso judicial que enfrentaron”. Resulta curioso
que los colegas del New York Times,
tratándose de un caso en el que ellos mismos han equiparado dos juicios
realizados en países distintos, critiquen el celebrado en Estados Unidos
mientras justifican el de Cuba.
Este
planteamiento carece de fundamentación. El juicio de Miami fue el más largo
celebrado en el gran país del Norte. Durante meses desfilaron testigos, entre
ellos agentes del FBI que ilustraron a la corte sobre los innumerables mensajes
cruzados entre los espías y sus jefes de La Habana. También colaboraron con las
autoridades norteamericanas la mayor parte de quienes integraban la Red Avispa. Entre otros datos, salieron a
la luz las instrucciones cumplidas para penetrar en instalaciones militares de
la Florida y los planes que desembocaron en el derribo de dos avionetas
desarmadas cuyos cuatro ocupantes civiles perdieron la vida.
Por
el contrario, en el meteórico juicio de Gross lo único que se puso de
manifiesto fue la trivialidad de la acusación formulada: facilitar a sus
correligionarios judíos de la Isla un teléfono satelital; es decir, un equipo
cuya tenencia es lícita en casi todo el mundo. Si las autoridades totalitarias
de La Habana han prohibido su uso, resulta evidente que esa arbitraria veda no
podría justificar la brutal condena de quince años impuesta al contratista,
nada menos que por realizar supuestos “actos contra la independencia y la
integridad territorial del Estado”.
Los
editorialistas norteamericanos aluden también a “los posibles beneficios que un
canje podría representar para lograr un acercamiento bilateral”. El diario
neoyorquino afirma que ese cambio “podría abrir el camino para reanudar lazos
diplomáticos”. Y hace un planteamiento siniestro: “Si Gross muere estando en
custodia, la posibilidad de establecer una relación más saludable con Cuba
desaparecerá por varios años”.
Esta
última afirmación es cierta, aunque imprecisa. Esperemos que, por el bien del
mismo contratista y sus seres queridos, ella no se haga realidad. Pero el
periódico hubiera hecho bien en precisar que, si ahora mismo sucediera lo peor,
el tiempo durante el cual no podrían normalizarse los vínculos bilaterales
sería exactamente de dos años, que es lo que falta hasta las próximas
elecciones presidenciales en Estados Unidos.
Este
tema de la posible muerte en prisión de Gross nos conduce por otro camino: uno
puede estar de acuerdo en que ese desenlace es “enteramente evitable”, como
afirma el New York Times, pero la
pregunta que se impone (y que el periódico no se molesta en plantearse siquiera)
es: ¿Por qué deben ser las autoridades de Washington las que cedan! ¡Si las que
están apremiadas por alcanzar una solución son las de La Habana!
Es
probable que la campaña editorial dirigida a normalizar las relaciones
bilaterales responda a los intereses de determinados círculos deseosos de
invertir en Cuba. Pero no parece razonable pensar que la generalidad der ellos
esté apurada por hacerlo. A la luz del encarcelamiento reciente de varios
capitalistas de países anglosajones (de lo cual ahora mismo es ejemplo el
canadiense Cy Tokmakjián, también sancionado a quince años), no les arriendo la
ganancia a quienes sí aspiran a hacerlo.
Pero
hay algo que no creo que admita dudas: ¡Cambiar a los tres espías por Alan
Gross es un pésimo negocio! ¡Menos mal que en la Casa Blanca están conscientes
de ello y que su vocero descartó el intercambio propuesto por el despistado New York Times!. La
Habana, 5 de noviembre de 2014.
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