Las próximas votaciones para diputados no arrojarán sorpresa alguna en Cuba
Viernes, febrero 16, 2018 | René Gómez Manzano | 2
LA HABANA, Cuba.- Este martes terminó la pasajera hipertrofia del Granma, órgano oficial del único partido con existencia legal en Cuba. Ahora el periodiquito volverá a sus ocho páginas habituales. El mayor grosor que tuvieron varios de sus últimos números no se debió al interés de la información brindada, sino a un aburrido suplemento que acompañaba cada entrega. Su título era pretencioso y mendaz: “Los candidatos del pueblo”.
Se trata de breves reseñas biográficas de los 605 nominados para la llamada “Asamblea Nacional del Poder Popular”. Ellas van acompañadas de sus principales datos personales: edad, nivel escolar, ocupación y lo que en neo-lengua castrista se conoce como “integración revolucionaria”. Las ilustran unas fotos de pésima calidad. Esto no llama la atención: ¡Si no tienen que competir contra nadie! Hay un solo candidato para cada curul disponible.
El diario hace ostentación de su igualitarismo: como norma, se le asigna un espacio idéntico a cada una de las mini-biografías. Pero, como en la granja del genial Orwell, “hay algunos más iguales que otros”. Los privilegiados disfrutan de una doble columna. Conviene citarlos, para que se sepa por dónde vienen los tiros.
En orden de publicación, ellos son: Ramiro Valdés Menéndez, Leopoldo Cintra Frías, Juan Esteban Lazo Hernández, Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, Ramón Espinosa Martín, Guillermo García Frías, Álvaro López Miera, Raúl Castro Ruz y José Ramón Machado Ventura. Todos hombres; todos ancianos (salvo Díaz-Canel); todos miembros del Buró Político. Pero los otros integrantes de este órgano no recibieron la misma atención: No son de los predilectos.
Un somero estudio estadístico de la escasa información suministrada nos permite confirmar, con datos numéricos, aspectos que ya sospechábamos: La mayor participación de viejos (76 con 60 años o más) que de jóvenes (61 con menos de 35 años). Por añadidura, entre los primeros figuran once ya octogenarios.
Uno de los nominados, José Ramón Fernández Álvarez tiene la friolera de 94 años. Merece de sobra figurar en los Records Guinness. Pero allí, usurpando su lugar como el “congresista” en activo más anciano, aparece un tal Ralph Hall, representante republicano por Texas. ¡Mas éste tiene “apenas” 89 años! ¡Una clamorosa injusticia!
También salta a la vista el absoluto predominio de las personas con educación superior (522 u 86% del total) y la reducida de los que poseen ascendientes africanos. (La ínfima calidad de las imágenes no permite juzgar con exactitud, pero es evidente que el
porcentaje de estos compatriotas en el flamante “parlamento cubano” es mucho menor que dentro de nuestra población).
Otro dato de interés —y que también resultaba fácil sospechar— es la abrumadora presencia de militantes comunistas. Entre los candidatos hay 550 miembros del partido único (PCC). Si a ellos les sumamos los 25 que no están en sus filas, pero sí en las de la UJC —destacamento juvenil de aquella misma organización política—, el porcentaje se eleva hasta la cifra 95. ¡19 de cada 20 “legisladores”!
Cuando de votaciones se trata, la propaganda oficialista repite una frase hecha: “El Partido no postula”. Esto conduce a algunos publicistas del oficialismo a hacer afirmaciones pasmosas, como la que formula Ángel Rodríguez Álvarez en el trabajo que lleva por título “Papel del Partido Comunista en los comicios en Cuba”: “Las elecciones en la mayor de las Antillas no son ni pluripartidistas ni unipartidistas”.
Por supuesto, lo que afirman los agitadores castristas sobre la no intervención del PCC en las postulaciones es una falsedad. En el plano formal, el factor determinante en ese proceso corresponde a las “comisiones de candidaturas”. Éstas las integran representantes de las llamadas “organizaciones de masas”, creadas por el mismo régimen con el fin de estabular a los ciudadanos siguiendo criterios de vecindad, ocupación o sexo.
Como reconoció en su momento el creador de la pesadilla (alias Lenin), se trata de simples “correas de transmisión”. En sus respectivos Estatutos, esas entidades hacen suyos los objetivos del Partido Comunista. Los dirigentes de ellas (y también sus representantes en las distintas comisiones de candidaturas) poseen asimismo el carné rojo que los identifica como militantes de esa organización política única.
Pero si hubiera algo de verdad en que “el Partido no postula”, entonces sólo cabría comentar: ¡Ni falta que le hace! Si pese a no tener una participación formal y expresa en el proceso de nominación de los candidatos, el 95% de éstos son comunistas, ¿qué más podrían aspirar a obtener si la Ley les diera voz en ese asunto!
Entre los postulados, junto a los innumerables burócratas —amplia mayoría—, hay representantes de los oficios más inesperados: Poeta repentista, zapatero remendón (y, por ende, trabajador por cuenta propia), educadora de círculo infantil, directora de coros, estudiantes, artista plástico, profesor de teología, atleta de alto rendimiento, cantante, y hasta un abakuá. Con esa diversidad se han cumplido las reglas no escritas de la liturgia comunista.
Por encima de detalles, esos hombres y mujeres son presentados ahora en bloque como “candidatos del pueblo”. El solo enunciado de esa frase es un absurdo. En un país normal, sólo después de haber tenido éxito en unos comicios pluralistas y haber recibido los votos libres de los electores, es posible referirse a diputados (¡no a candidatos!) del pueblo.
En nuestro país, ni siquiera eso, pues cada uno de ellos tiene asegurada de antemano su curul. Los cubanos nada decidiremos al respecto. Una vez cumplido el trámite formal de la votación, ellos serán exhibidos al mundo como legítimos representantes de la Nación.
Pero su carácter homogéneamente gobiernista no les permite tener ese carácter. Serán apenas una masa de personas escogidas por los que mandan entre los incondicionales del régimen. De ellos no cabrá esperar sorpresa alguna. Durante el par de días al año en que los 605 diputados sesionen juntos, ellos cumplirán tareas aburridísimas: alzar sus manos con perfecta simultaneidad en señal de aprobación y, en ocasiones especiales, pararse a aplaudir.
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