Iglesias que apuestan por la ostentación más que por la modestia y el ejercicio humanitario desinteresado
Jueves, marzo 1, 2018 | Ernesto Pérez Chang | 19
LA HABANA, Cuba.- Hace apenas un año, cuando Leonardo levantó la iglesia Bautista en lo que fuera una cochiquera en el patio trasero de su pequeña vivienda, apenas contaba con veinte feligreses, la mayoría vecinos de su barrio de Santa Amalia, en Arroyo Naranjo. Hoy cuenta con una cofradía que reúne cerca de doscientas personas, a pesar de que Leonardo jamás recibió preparación como pastor.
Según cuenta, cierto día, al regresar de uno de sus viajes a México, de donde importaba mercancías que luego revendía en La Habana, de repente abandonó su negocio para dedicarse a predicar aun cuando la decisión a muchos pareciera una locura.
“Vendí los puercos y con el dinero que había reunido compré un poco de madera, bloques y con eso comenzamos el culto en el patio de la casa (…) cuando llovía era tremendo pero Dios nos ayudó a construir esto”, comenta Leonardo mientras me invita a observar la edificación de dos plantas que, valorada por él mismo en unos 30 mil dólares, logró alzar con la contribución de los miembros de su hermandad.
Aunque al principio tuvo algunos encontronazos con las autoridades de la localidad, por no contar con un “permiso” para realizar reuniones religiosas, actualmente no siente la misma presión que antes, aunque confiesa que ha debido hacer algunas “gestiones” (¿sobornos?) para poder justificar los materiales usados en la construcción, la mayor parte adquiridos en el mercado negro, así como para agilizar los trámites para la licencia.
Una experiencia similar a la de Leonardo es la que nos cuenta Esteban, otro pastor de una congregación evangelista independiente.
Cuando inauguró su casa-templo hace dos años, en el Reparto Eléctrico, apenas contaba con una pequeña salita con asientos de ómnibus donde se reunían escasamente unas veinte personas.
Hoy en día ha logrado alzar una edificación que alberga varias habitaciones para actividades de culto y estudios bíblicos, así como una sala principal enorme, totalmente enchapada con lozas de mármol y adornada con finas labores de herrería, un trabajo constructivo que confiesa haberle costado solo “la ayuda de los hermanos” pero que, tras un cálculo superficial, pudiera ascender a más de 10 mil dólares.
Pareciera un verdadero milagro lo sucedido, mucho más en barrios como los mencionados, donde los niveles de pobreza, altísimos, son fácilmente verificables en la depauperación del entorno y de las personas que conviven en él.
Cientos de interrogantes surgen cuando se observan los contrastes entre la relativa majestuosidad de los templos levantados en un abrir y cerrar de ojos y las viviendas maltrechas donde habitan quienes acuden a la congregación ya movidos por la fe, ya como medio de consuelo frente a los embates de la vida y la miseria.
Lupe, esposa del pastor de una iglesia bautista en el municipio Diez de Octubre, cuya sala de culto cuenta con climatización centralizada y un sistema de iluminación sofisticado, explica que no todo el dinero lo reciben de quienes asisten al culto, así como no todas las personas contribuyen con la misma cantidad.
“Se reciben muchas donaciones de iglesias y organizaciones de todo el mundo, a veces en dinero pero otras en ropa, comida, muebles, libros, de eso una parte es para el mantenimiento del templo, pagar los gastos de electricidad y esas cosas (…). Hay gente que tiene familia afuera y también hace sus donaciones pero a nadie se le dice que es obligado dar algo”, dice Lupe pero más tarde no acepta que tomemos fotos del lugar, después de negarse a responder qué porciento del dinero recibido mediante donaciones es destinado a paliar las necesidades de los miembros más pobres de la cofradía.
Gisela Hernández, practicante y trabajadora de una congregación evangelista en el mismo municipio, afirma que la mayor parte de las donaciones y el dinero recaudado entre los asistentes al culto no era destinada a resolver problemas de las personas más necesitadas sino en gastos individuales del pastor y su familia.
“Se compraron puertas de cristal, cajas y cajas de azulejos de esas de 20 dólares el metro, splits, televisores de 50 pulgadas, de todo (…), cuando aquello, todos los años viajaban a Ecuador y traían bultos y bultos de ropa, yo no sabía si yo estaba en una tienda o una iglesia (…), allí no se vendía pero salían bultos para todos lados (…). Me pagaban un dólar diario por limpiar tres baños, la cocina y el salón; y dos dólares adicionales cuando limpiaba los tres cuartos y lavaba la ropa”, afirma Gisela.
Manuel, pastor con más de veinte años de servicio en una modesta congregación de Bautistas Libres, en la localidad de Boyeros, reconoce que, aunque no es la norma por la cual se deba juzgar la totalidad de los cultos cristianos en Cuba, en los últimos tiempos han aflorado personajes inescrupulosos que usan la fe para lucrar, con lo cual empañan la imagen de quienes realmente ejercen la labor pastoral por vocación.
“Usan la iglesia como fachada, incluso son un puente para el lavado de dinero de otros negocios fuera de Cuba. (…) aquí cerca hubo un caso de un pastor que se dedicaba a sacar gente para Estados Unidos por Ecuador y Panamá (…). Cuando la cosa se puso mala él mismo terminó yéndose para Ecuador y después supe que se casó con un tipo, y aquí siempre la emprendía contra los homosexuales”, afirma Manuel.
Más allá de lo que pudiera haber en el trasfondo de cada caso en particular, no deja de causar preocupación que, en un país tan devastado económicamente como Cuba, donde el gobierno destina la mayor parte de los recursos a desarrollar obras que poco o nada benefician al ciudadano de a pie, y donde miles de personas aún están a la espera de ayuda para superar las pérdidas sufridas por el azote de huracanes, tanto recientes como ya olvidados por la historia, algunas de nuestras iglesias y templos, sin importar denominaciones o filiaciones, apuesten por la ostentación más que por la modestia y el ejercicio humanitario desinteresado.
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