La prensa oficialista ha tendido un manto de silencio sobre el escándalo del artista “ahijado” de Fidel Castro
Lunes, marzo 12, 2018 | Tania Díaz Castro | 11
LA HABANA.- Confieso con cierta vergüenza, porque los periodistas tenemos que tragar buches amargos en aras de estar informados, que desde hace más de tres meses, no veo ni escucho a Arleen Rodríguez Derivet, cuando sale siempre tan dispuesta y bonita en la televisión cubana con su Mesa Redonda.
Es que, Arleen, de lo malo cualquiera se cansa rápido, y la verdad es que yo no pude más con sus tristes cantaletas a favor de un castrismo fracasado, del reciclaje del Invicto, que parece no tener fin.
Pero ahora, después de conocido el final de Kcho por quienes están bien informados, por esos cubanos que sintonizan Radio Martí, ven en sus televisores noticieros estadounidenses, considerados en Cuba como “paquetes” clandestinos, o esos otros que de puro milagro y suerte acceden a Internet, ¿por qué no saca la cara por ese célebre pintor que, al parecer se ha convertido en otro “indigno”?
Así lo llamaría Fidel, no yo.
Aquel memorable día 8 de enero de 2014 usted estaba allí, en el taller del miserable barrio Romerillo, muy cercano a los lujosos repartos del dictador cubano, donde, en vez de reparar ómnibus, que tanta falta hacía y hace, servía de nave para que “el pintor de la buena figura hiciera de las suyas”.
En fin, ¿qué dice ahora Arleen de Kcho, después de conocerse sus alegres andanzas, por lo que será condenado a largos años de cárcel, a no ser que su tío Raúl lo exonere de culpas?
Aquel día, Kcho celebraba en su estudio la entrada triunfal de Fidel a La Habana 55 años atrás, y había invitado a más de 200 amigos, entre artistas y periodistas. A las nueve de la noche, con el cañonazo, llegó Fidel. Se escuchó el Himno Nacional y unas viejas palabras suyas a través de un altoparlante: “La tiranía ha sido derrocada. La alegría es inmensa. Sin embargo, queda mucho por hacer”.
Kcho, emocionado junto a Eusebio Leal, el Historiador de la Ciudad, por primera vez este en Romerillo y entre poetas y generales que se daban los besos, se develó la tarja, dando inicio así al acto político.
Arleen escribió la crónica en el periódico Juventud Rebelde, henchida de pasión al ver el rostro nonagenario de su líder máximo, apoyado en un bastón y en el brazo de su terapeuta oficial.
De inicio, al dictador le llamaron la atención dos cosas: la mala caligrafía de la periodista Aleyda Piñero y que los ayudantes de Kcho fueran exclusivamente mujeres.
Luego, como si lanzara una premonición —vieja costumbre de dictadores que piensan que todo lo saben y siempre hablando, preguntando, sin dejar hablar a otros- le dijo al célebre anfitrión: “Si te digo lo que pienso de ti te vas a echar a perder… porque lo que pienso es muy bueno”.
Esta vez, El Iluminado no se equivocó: Kcho se echó a perder. Y de mala manera.
No tuvo tiempo de convertir basurales inmensos en parques para niños y viejos, ni hacer transitable la calle 120 de Romerillo, rodeada de casitas más pobres que las favelas de Río de Janeiro.
Según cuenta la prensa libre del mundo, Kcho se entretuvo en otras cosas que hoy no le vienen bien. Al parecer, no siguió los consejos de Papá Fidel. ¿O será que se guio más bien por su ejemplo?
No sé. La que sabe es Arleen, que hasta hoy, no dice ni pescado frito. Así es la prensa de los Castro.
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