domingo, 20 de mayo de 2018

Cuba y la maldita hipocresía por todas partes

La renuncia de Víctor Mesa a Industriales y la fuga de sus hijos revelan nuevamente la doble moral que corroe a toda la sociedad cubana

LA HABANA, Cuba.- Mi amigo Hernán Vargas Sánchez, lamentablemente fallecido hará pronto tres años, fue un hombre de escasa cultura pero dotado de una inteligencia natural y una capacidad de observación extraordinarias.
En 27 años de amistad le escuché numerosas anécdotas sobre cómo era la vida en Guantánamo antes de 1959. Me enseñó lecciones de historia que jamás aprenderé en los libros. Testigo de la entrada de los barbudos en la ciudad y de los fusilamientos expeditos que realizaron en el cementerio municipal, presenció cómo fueron asesinados los casquitos presos frente al antiguo Ayuntamiento, hoy sede de la Biblioteca Provincial, hecho que fue publicado por Bohemia en enero de ese año.
En su opinión Fidel Castro había logrado hacerse del poder porque era un hombre muy inteligente, pero también un desalmado. “Ese hombre no cree en nadie, fusila a quien se le ponga por delante, triunfó a fuerza de terror y porque este era un pueblo sin malicia”, solía decirme. Obviamente, una actitud como esa lanzaba un mensaje muy claro a la ciudadanía, la cual asimiló muy pronto que oponerse al comandante siempre traería malas consecuencias.
He recordado esto al leer que dos de los hijos de Víctor Mesa han escapado de Cuba para jugar pelota en las Grandes Ligas. El hecho no tendría significación alguna si fueran dos deportistas desconocidos, desesperados por la situación económica y política del país, pero se trata de dos atletas reconocidos, y en el caso de Víctor Víctor fue llevado al equipo Cuba obviándose la trayectoria y resultados de otros peloteros de mayor calidad que él. Son, además, hijos de Víctor Mesa, otrora brillante pelotero y hasta hace poco manager del equipo Industriales, un hombre que no se ha cansado de proclamar ante la prensa oficialista y extranjera su devoción por Fidel y Raúl Castro, por la dictadura y por el Partido Comunista. Partiendo de esa postura seguramente lo que han hecho sus hijos no ha sido muy bien recibido por los mandantes del INDER.
Pero más allá de la repercusión que el suceso y las declaraciones del polémico manager renunciando a su condición de director del equipo Industriales hayan tenido en los medios, lo ocurrido revela nuevamente la  doble moral que corroe a toda la sociedad cubana. ¡Y aun así hay quienes pretenden ver en los supuestamente masivos y voluntarios desfiles una prueba de apoyo incondicional al castrismo!
La hipocresía política se ha convertido en un método de lucha para subsistir en un régimen que proclama una cosa y hace otra. Si alguien desea tener una referencia típica —y muy cínica, además— de lo que afirmo, que revise las declaraciones que han hecho quienes ahora mismo representan a Cuba en el Examen Periódico Universal que realiza el Consejo de Derechos Humanos en Ginebra. Entonces no sorprende que quien hoy desfile en primera fila con un cartel loando al castrismo mañana pida refugio político en Uruguay, Chile o los EE.UU. Ni tampoco que una familia como la de Lourdes Gourriel, reiterada defensora del castrismo ante las cámaras, ahora viva en “el norte revuelto y brutal”, ni que también ande por allá Alfonso Urquiola, o que Antonio Muñoz y Ana Fidelia Quirot se den de vez en cuando un saltico por la calle 8. Porque los diplomáticos yanquis permiten la entrada de comunistas —reales o hipócritas— y se la niegan a muchos cubanos dignos que sólo quieren visitar a sus familiares, y también a muchos opositores. Esa es una lamentable realidad.
Escuché un comentario sobre “la deserción” de estos muchachos hecho por un vecino que, además de dirigente gubernamental, es militante del Partido Comunista. Aunque hablaba ante un pequeño grupo de personas, todos de confianza porque pensamos de forma muy similar sobre lo que ocurre en Cuba —creo yo, quizás haya algún hipócrita o chivato— el sujeto miró a todos lados y susurró: “Tuvieron que hacerlo así porque esta es una guerra sucia, de inteligencia”.
Su comentario es también otro ejemplo de por dónde andan la moral y la dignidad de los cubanos. Es “inteligente” quien es miembro del CDR —Comité de Defensa de la Revolución— quien participa en las reuniones de vecinos y en las votaciones del Poder Popular, quien dice sí a todo aunque lo consuma el remordimiento. Es “tonto” quien defiende sin dobleces sus ideas y se niega a ser un cordero más en el rebaño del castrismo. Por supuesto, para los segundos la vida es mucho más dura que para los primeros.
Y es que el castrismo logró lo que no pudieron hacer la metrópoli ni dictadores como Machado y Batista: anular y pervertir la natural rebeldía de la gran mayoría del pueblo.
Pero hay también en Cuba una reserva moral que está obligada a hallar la forma de aunar ideas y voluntades para acabar definitivamente con tanta hipocresía.
En lo personal no tengo nada en contra de esos muchachos. Ojalá que puedan lograr sus sueños, ahora en un espacio que propicia la educación, la tolerancia, el respeto a la opinión divergente y donde no es necesario practicar la hipocresía política. Y quizás en unos meses Víctor Mesa también se instale en Miami, algo que por supuesto no sorprendería a nadie.

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