Abogado y periodista independiente
Uno de los pasajes que más
recuerdo de El doctor Zhivago, la
gran novela de Boris Pasternak, son las líneas en que el protagonista,
aludiendo a las declaraciones sobre la falta de pan formuladas por las
autoridades comunistas en medio del caos ocasionado por la revolución y la
guerra civil, hace un comentario melancólico: Hablan de cosas que ya no hay
como si todavía existieran…
Esa evocación acudió a mi memoria
al leer el artículo intitulado “El infinito mundo de los derivados”, que fue publicado
en toda la página final del diario oficialista Granma el pasado viernes 17 de mayo. Su autor es el conocido
especialista en los temas azucareros Juan Varela Pérez.
En su trabajo, el colega hace una
especie de apología de las actividades desarrolladas, “a medio siglo de su
creación”, por el Instituto Cubano de los Derivados de la Caña de Azúcar
(ICIDCA). El texto comienza por un ampuloso elogio: “Verdadero abanico de
plantas basado en una estratégica diversificación que enriquece las
investigaciones sobre tecnología azucarera, celulosa, papel y la esfera
química, entre otras”.
Varela señala, como uno de los sustentos
de la labor de ese organismo, “la creación de entidades independientes como el
Instituto Cubano de Investigaciones Azucareras (ICINAZ) y la Unión de
investigación-producción de celulosa y la de Cuba 9” . Como él mismo reconoce que
esas colectividades “desde el pasado año se reintegraron de nuevo al seno del
ICIDCA”, uno no alcanza a comprender qué importancia pudo tener esa temporal
hipertrofia burocrática.
El informador castrista recuerda
al precursor, el sabio cubano Álvaro Reynoso. Acerca de los planteamientos de
éste sobre “la necesidad de encarar el cultivo de la caña de azúcar con un
enfoque científico e integrador”, señala que “reflejó la importancia de
acompañar todo lo que conduzca a la racionalidad y la sostenibilidad”. Y
reconoce acto seguido: “reto del cual no escapa hoy el sector cañero-azucarero
de nuestro país”.
Varela cita a un “destacado
investigador” de la hora actual, el doctor Tirso Sáez Coopat, quien “considera
que es hora de ver la caña de azúcar como una sustancial cadena agroproductiva
con la fuente de riquezas que esta atesora”. Por su parte, el director del
Instituto, Luis Gálvez Taupier, tras invocar el inevitable “bloqueo”, afirma
que éste no detiene “nuevas iniciativas en la producción y automatización
parcial de los centrales”.
No pongo en duda la competencia
del colega especializado en estos temas, de quien comprendo la situación difícil
que confronta ahora cuando en Cuba no hay mucho que hablar sobre caña o azúcar.
Aún menos cuestiono la capacidad de los “destacados investigadores” del ICIDCA
que él menciona. Pero aquí se impone el recuerdo de Pasternak. ¿Es que ninguno
de esos expertos se ha enterado de que la agricultura cañera y la industria
cubana del dulce son hoy apenas un espectro de lo que fueron antes de la trepa
al poder de los castristas!
Pese a esto, el autor fustiga la
etapa pre-revolucionaria: “Antes de enero de 1959, sólo esfuerzos aislados encaminaron
sus pasos hacia la creación de una agroindustria de la caña de azúcar basada en
la ciencia y el conocimiento”. Acto seguido cita a Fidel Castro y a Ernesto
Guevara, quien dijo: “Llegará el día en que los derivados de la caña de azúcar
tengan tanta importancia para la economía nacional como la que hoy tiene el
azúcar”.
Si el médico rosarino, durante su
reinado como zar de la economía, logró “diversificar” la producción nacional
limitando la del dulce producto, es de suponer que ahora, al reducirse su
fabricación a los exiguos niveles de comienzos del siglo XX, sus palabras sobre
el aumento del papel de los derivados de la caña se hayan hecho realidad.
Lo mejor de todo el artículo de
Varela es su párrafo final: “Es posible, por tanto, llevar al clímax los sueños
de Reynoso, de Fidel y del Che, basados en los conocimientos, en una
agroindustria de la caña sostenible y competitiva, y mantenerla como parte de
la cultura nacional”.
Sólo me queda comentar: ¡Dios lo
oiga! Pero a la luz del desbarajuste entronizado en nuestra economía (y en
especial en el sector azucarero) por el sistema socialista totalitario, uno no
sabe si ese luminoso “clímax” del que él habla es el de una hipotética e
improbable apoteosis productiva o el de un acto de onanismo.
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