Dr. René Gómez Manzano
Abogado y periodista independiente.
El reciente aniversario de la
capitulación nazi amerita recordar los trabajos de Víctor Suvórov, el autor que
tuvo la osadía de consignar, en la contraportada de un libro suyo, una de las
preguntas más provocativas y capciosas que recuerdo: ¿Por qué la URSS perdió la
Segunda Guerra Mundial?
El nombre es un seudónimo de Vladimir
Rezún, oficial de inteligencia soviético que en 1978 huyó a Inglaterra y fue
condenado a muerte en ausencia. Las obras de Suvórov demuestran gran dominio de
los temas históricos y sus afirmaciones son respaldadas con datos abrumadores. Intentaré
resumir sus planteamientos sobre la llamada “Gran Guerra Patria”.
Para ello, recordemos ante todo la
esencia de la doctrina militar de los tiempos de Stalin: “Golpear al enemigo en
su propio territorio” (Krásnaya Zvezdá
—Estrella Roja—, órgano oficial del
Ministerio de Defensa del Kremlin. 18-4-1941). También: “La movilización es la
guerra”.
Los estrategas de Moscú pensaron
poder garantizar dos cosas: desplegar por completo las potencialidades bélicas
del país y asegurar la sorpresa. Esto presuponía dos años de movilización secreta.
Durante ella, el aparato estatal, la industria, las comunicaciones y el
transporte pasarían al régimen de guerra. Llegaría a haber sobre las armas más
de cinco millones de hombres, cifra insostenible en tiempos de paz.
Esa movilización secreta se
enmascaró con conflictos locales que justificaran las medidas adoptadas (Jaljín-Gol,
Polonia, Finlandia, Besarabia, los países bálticos). Esa primera etapa culminaría
con un golpe sorpresivo contra el enemigo. A ello seguiría una segunda etapa
—la abierta—, con el llamado a filas de otros seis millones de hombres.
Este sencillo esquema presentaba
una gran dificultad: ¿Cómo acometer la movilización dos años antes de la
guerra, si se ignora cuándo comenzará ésta! ¿La solución? No esperar que las
hostilidades empiecen de manera espontánea, sino planificarlas; determinar con
antelación la fecha para iniciarlas.
Con esos antecedentes, Suvórov
señala que la Segunda Guerra Mundial, en puridad, no comenzó el primero de
septiembre de 1939 con la invasión de Hitler a Polonia, sino que se hizo
inevitable ya el 19 de agosto de ese mismo año, fecha en que Stalin decidió
duplicar el número de divisiones del Ejército Rojo. Es decir, cuando Europa aún
vivía en paz, ya el tirano del Kremlin había comenzado la movilización general,
prólogo del inevitable conflicto.
Suvórov demuestra la preparación
de la Unión Soviética para la conflagración con montañas de cifras y datos
demoledores. El Ejército Rojo tenía más tanques —y de mayor peso y calidad— que
todo el resto del mundo. Lo mismo es válido para la artillería y la aviación
militar. Lo más terrible es que esos fabulosos logros se basaban en el hambre y
la desesperación de millones de ciudadanos de a pie.
El fin era uno: conquistar de
inicio toda Europa, y después… El autor plantea que, por su propia naturaleza,
el socialismo totalitario fracasa si coexiste con sociedades libres y democráticas.
Por ello especula cuál habría sido el último estado anexado a la URSS: ¿la
República Socialista Soviética Argentina?
Suvórov encuentra incluso una
explicación racional para las feroces purgas de fines de los años treinta: Si
hasta grandes jerarcas bolcheviques eran eliminados sin compasión, resultaba
lógico que los simples ciudadanos aguantaran callados el aumento del horario
laboral y la disminución de su nivel de vida, fruto de la movilización.
Alguien podrá preguntar: ¿Cómo
compaginar la preparación para una gran guerra de conquista con el
desmoronamiento de la resistencia soviética en el verano de 1941! La
explicación es sencilla: Las gigantescas fuerzas concentradas por Stalin en las
fronteras con Alemania y Rumanía fueron tomadas por sorpresa.
Cuando todo estaba casi listo
para la gran ofensiva, el tirano del Kremlin fue madrugado por su similar del
Reichstag. El Ejército Rojo tuvo que retroceder sufriendo pérdidas enormes en
hombres y material de guerra acumulados en sus confines occidentales. Si Hitler
no hubiera embestido el 22 de junio, habría tenido que enfrentar un feroz
ataque de Stalin previsto para el 6 de julio, afirma Suvórov.
Se entiende que, en comparación
con los planes de conquista global acariciados durante años por el máximo líder
bolchevique, el control de algunos países pobres de Europa Oriental, logrado a
altísimo costo, le haya parecido una minucia. Eso es lo que nuestro autor llama
“la derrota de la Unión Soviética en la Segunda Guerra Mundial”.
A todas estas, ¿no nos decían que
“el socialismo es la paz”! Allá los incautos que, tras la feroz guerra desatada
en Corea por Kim Il Sung o las innumerables andanzas militares de Fidel Castro
por medio mundo, crean esas boberías. Los libros de Suvórov demuestran una vez
más que ésa es una consigna para tontos útiles.
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