Dr.René Gómez Manzano
Abogado y periodista independiente
En dos importantes documentos
homónimos —de 1962 y 2014 respectivamente— se plasman planes contrapuestos del
gobierno castrista
La
llamada Declaración de La Habana fue el documento fundamental que emitió la tan
llevada y traída Cumbre de la CELAC, recién concluida en la capital cubana.
Esta denominación nos hace recordar otro escrito de nombre análogo, proclamado
en pleno apogeo de Fidel Castro, hace más de medio siglo: la Segunda
Declaración de La Habana.
En
lo esencial, el régimen de la Isla no ha variado en estos 52 años, pero sí ha
habido cambios de enfoques que vale la pena resaltar ahora. Una comparación
entre ambos documentos casi homónimos nos permitirá valorar algunas de las
diferencias sustanciales en el modo de encarar la problemática regional.
La
Segunda Declaración de La Habana (primera en el tiempo de las dos que analizaré
aquí) representó la apoteosis de las ideas del marxismo leninista, erigidas por
el Máximo Líder y sus seguidores en
doctrina oficial. Con fanatismo de nuevos conversos, la dirección
revolucionaria enarboló ante Cuba y el mundo las flamantes doctrinas,
empleándolas como herramientas para interpretar la realidad.
En
el estilo característico de Fidel Castro, se levantaba el dedo acusador contra
el “Gran Satán”: “¿Qué es la historia de Cuba sino la historia de América
Latina? ¿Y qué es la historia de América Latina sino la historia de Asia,
África y Oceanía? ¿Y qué es la historia de todos estos pueblos sino la historia
de la explotación más despiadada y cruel del imperialismo en el mundo entero?”
En
el nuevo catecismo rojo figuraban todos los lugares comunes del bolchevismo
internacional: “Las ideas de Marx, Engels y Lenin”, “la explotación del trabajo
humano”, “la crisis general del capitalismo”, “las leyes objetivas que rigen el
desarrollo de las sociedades humanas”, “las masas explotadas de América”…
La
sección final del documento tiene un subtítulo que resumía el sentido de la
larga diatriba: “El deber de todo revolucionario es hacer la revolución”. Pero
esto último se veía con la peculiar óptica que enaltecía a los insumisos
“armados de piedras, de palos, de machetes…” Y concluía: “Porque esta gran
humanidad ha dicho ‘¡Basta!’ y ha echado a andar. Y su marcha de gigantes ya no
se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia…”.
La
idea central era subvertir a Latinoamérica a tiro limpio. Resulta conveniente
recordar que, no mucho tiempo después, Ernesto Guevara lanzó su consigna
genocida: “¡Crear dos, tres, muchos Vietnam!” La alucinante frase era coreada
gustosamente en La Habana, y hasta un musiquito italiano la convirtió en
estribillo de una tonada.
Hoy,
al cabo de medio siglo, ¿qué queda de toda esa exaltación afiebrada? Los
propósitos de convertir a los Andes en la Sierra Maestra de América Latina, por
los que pagó bien caro el Erario Cubano, terminaron en un rotundo fracaso. Esto
lo experimentaron en carne propia el mismo Guevara y varios de sus compañeros
de aventura. El fiasco de Bolivia se repitió en otros países del continente.
En
la actualidad, de regreso de esos ambiciosos y agresivos planes que han dejado
un sedimento de subversión planetaria, el llamado “socialismo del siglo XXI” ha
triunfado en algunos estados iberoamericanos. Pero no a través de las balas,
sino de los votos. Sus líderes respectivos, ansiosos de afianzar su poder y perpetuarse
en él, miran como su mentora a Cuba, que exhibe un régimen enraizado en los
peores modelos estalinistas de la centuria anterior.
Esos
señores no constituyen las fuerzas predominantes ni las más fructíferas en
Nuestra América, aunque sí son las más vociferantes. En cualquier caso, tanto
esos gobiernos como otros de talante más sereno han proclamado en la reciente
Declaración de La Habana unos principios que difieren por completo del escrito
homónimo de 1962.
En
el de ahora leemos: “La solución pacífica de controversias”, “fortalecer el
consenso”, “la prohibición del uso y de la amenaza del uso de la fuerza”, “la
solidaridad y la cooperación”, “trabajar para fortalecer el orden económico
mundial”, “nuestra más seria preocupación por la grave situación humanitaria y
de seguridad en la República Árabe Siria”, “consolidar a América Latina y el
Caribe como Zona de Paz”.
Ni
siquiera importa demasiado que este último pronunciamiento haya sido acordado
teniendo como anfitrión al mismo gobierno que, violando acuerdos de la ONU, se
prestó a enviar a la impresentable satrapía de Corea del Norte armas diversas
de forma subrepticia, sin brindar atención alguna al carácter pacífico del
Canal de Panamá. Como se sabe, ésta fue la razón de la ausencia del presidente
istmeño en la Cumbre.
Decididamente,
en lo esencial, los cambios en la política exterior del castrismo han sido para
mejor. Pero resulta conveniente no olvidar lo proclamado de modo solemne en su
tiempo, que también forma parte inseparable del tenebroso legado que este
régimen ha dejado a la Nación Cubana. La
Habana, 4 de febrero de 2014
interesante la verdad. hoy la celac al igual que ayer se plega a las pretenciones nada halagueñas de la dictadura cubana. y es ironico jajajajaja hablar de paz cuando por el canal de panama se trasladan armas con fuertes indicios de radiactividad. lo cierto es que en cuba no hay azucar,ni pan,ni arroz , ni gasolina ni na´.ahora bien, hay que tener bastante cuidado a la hora de hablar de democracia porque aqui en españa ya se habla de reformar el codigo penal español y eliminar la llamada justicia universal. por esta via el caso "Paya Sardiñas" que esta en la "Audiencia Nacional" no tendria cabida en el sistema judicial de esta nacion. en otros escritos volvere a hablar de este tema por su importancia. de todas maneras las naciones europeas al eliminar la posicion comun y entrar de a lleno en el comercio cubano lo que pondria en graves aprietos a la disidencia interna cubana, porque para los españoles del gbno de mariano rajoy es mas importante el comercio con la habana que los derechos humanos. (si la señora ROOSSEVELT volviera a nacer se moriria e verguenza)
ResponderEliminar