martes, 16 de febrero de 2016

Julian Assange, las monjas francesas y la ONU

Desacertada la decisión del panel de Naciones Unidas sobre el fundador de WikiLeaks

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LA HABANA, Cuba.- Nos cuenta la historia que, durante la Gran Revolución Francesa, algunos anticlericales concibieron la idea de atacar conventos con fines libertarios, análogos a los que el 14 de Julio motivaron el asalto de la Bastilla. Estoy refiriéndome —claro— a los mejor intencionados, pues los más exaltados preferían simplemente violar religiosas y asesinar a sus congéneres masculinos.
Pues bien: aquellos ciudadanos, que actuaban sin dudas movidos por su amor al prójimo, sufrieron una gran decepción. Abrían las celdas conventuales, arreaban a sus ocupantes hasta el patio y, una vez allí, les anunciaban que eran libres y las inducían a escoger marido entre los numerosos lugareños presentes. Para su gran sorpresa, las azoradas monjitas rechazaban con indignación y asombro la procaz invitación.
Aquellos patriotas bienintencionados desconocían, en la práctica, una gran verdad: cada persona es un mundo. Como sus propios cerebros no concebían la idea de enclaustrarse de manera voluntaria para consagrarse a una vida de austeridad, celibato y meditación, suponían que si aquellas mujeres se encontraban en ese encierro, ello sólo podía ser fruto de la arbitrariedad, el abuso y la coacción.
Estas remembranzas vienen a cuento debido a las noticias de estos días. Y conste que no me estoy refiriendo al reciente romance contra natura entre la Cuba castrista y la Francia de los derechos y libertades. Estas líneas las motiva una información inesperada que el diario Granma del pasado viernes publica satisfecho, como hace  siempre —a pesar del 17 de Diciembre— con todo lo que, siquiera sea de pasada, huela a “antiimperialismo yanqui”.
Comité de la ONU considera arbitrario estado de detención de Assange”, es el titular del periódico. Se trata de que, como ha recogido toda la prensa internacional, un panel del Grupo de Trabajo de Naciones Unidas sobre Detenciones Arbitrarias, ha emitido ese dictamen con respecto al hecho de que, durante años, el fundador de WikiLeaks ha estado disfrutando de hospitalidad en la Embajada Ecuatoriana en Londres.
Como jurista, pienso que más desacertada no pudo ser la decisión de la burocracia de la ONU, que, a mi modo de ver, en esta oportunidad ha excedido con creces sus facultades. Resulta evidente que Don Julián no se encuentra preso ni detenido: Las autoridades británicas no han decretado su encierro en una cárcel, cosa que sí caería entre los fines para los que fue creado el aludido órgano internacional.
En realidad, sucede lo contrario: Assange, por su propia voluntad, se refugió en la sede diplomática del país sudamericano para escapar a las acusaciones por delitos sexuales que le han formulado en Suecia no una, sino dos mujeres. (Su situación —pues— dista bastante de la castidad que motivaba a las religiosas francesas del Siglo XVIII.) El polémico australiano también especula que, en realidad, su remisión al país escandinavo serviría para extraditarlo después a Estados Unidos, a fin de que responda por todo lo relacionado con WikiLeaks.
Pero él es libre de abandonar la embajada cuando lo desee. Sólo necesita abrir la puerta y salir a la calle. Ningún guardia se lo impediría. Por supuesto que, si lo hace, sería detenido por la policía inglesa, y con toda la razón del mundo. ¿O es que Assange y quienes lo respaldan piensan que, por haber alcanzado una dudosa notoriedad internacional tras publicar cientos de miles de documentos clasificados, él está exento de responder por las fechorías sexuales de las que se le acusa?
La información destaca que el iniciador de WikiLeaks no ha podido salir impunemente de la misión ecuatoriana porque “las autoridades británicas le niegan el salvoconducto”. Aquí resulta oportuno recordar que el asilo diplomático es una institución puramente latinoamericana; el resto del mundo —incluyendo el Reino Unido— no lo reconoce. Por consiguiente, mal puede considerarse que los funcionarios londinenses estén en el deber de otorgar ese libre paso.
Conviene destacar lo obvio: los dos países involucrados —Inglaterra y Suecia— son estados de derecho ejemplares, en los que la Administración de Justicia es imparcial, honorable e independiente. Quienes deben fallar el caso del debatido australiano no son —pues— magistrados sometidos en cuerpo y alma al gobierno, como —pongamos por caso— los de Cuba o Venezuela. Por ende, no hay fundamento alguno para temer que él pueda ser víctima de una patraña judicial.
En vista de lo decidido ahora con respecto al señor Assange, ¿se asombraría alguien si los burócratas de la ONU, para ser consecuentes, emularan a los sans-culotte de la Francia del Siglo XVIII y decidiesen declarar que las monjas de clausura sufren también de una “detención arbitraria”?!

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