martes, 14 de marzo de 2017

La larga mano de Kim Jong-un

El gobierno norcoreano parece no ser ajeno al crimen perpetrado en un aeropuerto de Malasia

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Kim Jong-un (Getty)
LA HABANA, Cuba.- El asesinato del medio hermano del jefe supremo de Corea del Norte, cometido hace pocos días en Malasia, ha vuelto a enfocar la atención de la opinión pública sobre aquel desdichado país del Extremo Oriente. Todo indica que las autoridades comunistas de Pyongyang no fueron ajenas al crimen.
La perpetración de este último está a la vista de cualquiera que tenga acceso a Internet. Las cámaras de seguridad de un aeropuerto malayo captaron el instante en que una mujer se abalanza desde atrás sobre la desprevenida víctima y la rocía con una sustancia desconocida. Mientras la atacante y una cómplice se retiran del lugar, el afectado pide ayuda a un policía, que lo conduce a un hospital, donde falleció poco después.
Una vez más, el nombre de Corea del Norte aparece unido de modo indisoluble a las informaciones más repudiables. Hambrunas de proporciones bíblicas, campos de concentración para cientos de miles de prisioneros políticos, pruebas de bombas atómicas y proyectiles balísticos que son utilizados después para amenazar a otros estados, ejecución del segundo hombre del régimen —y tío del tirano— en forma atroz: devorado vivo por 120 perros hambrientos. Los detalles cambian, pero cada vez que leemos sobre atrocidades impensables, el país que se menciona con mayor frecuencia es la satrapía de la familia Kim.
Su nombre oficial es República Popular Democrática de Corea. Sabemos que los dos adjetivos son totalmente inmerecidos. Un territorio en el que los habitantes carecen de cualquier derecho, sólo puede ser considerado como antipueblo. La alusión a la democracia es una broma cruel. ¿Pero es una república?
No, si tomamos en cuenta que ahora mismo el poder es ejercido por un representante de la tercera generación de la familia gobernante. El nieto del fundador de la dinastía impera sobre sus millones de súbditos tras haber recibido el poder —siendo apenas un veinteañero— de su padre, quien a su vez lo obtuvo de Kim Il-sung, una hechura y discípulo de Stalin que superó con creces a su maestro.
Todo esto se conoce desde hace años, como se sabe también que la mejor demostración del desastre que significa el comunismo es la simple comparación entre las dos Coreas: la del Sur, un ejemplo admirable de desarrollo, democracia y prosperidad; y la del Norte, ese país lúgubre con habitantes desesperados y sometidos a la voluntad omnímoda del tirano de turno.
Si ahora vale la pena mencionar de nuevo el evidente carácter dinástico del régimen norcoreano es sólo porque el reciente asesinato del hermanastro de Kim Jong-un constituye una reedición de los peores ejemplos que, en ese terreno, nos ofrecen la Historia Antigua y la Media, con sus repetidos relatos sobre crímenes perpetrados en el seno de distintas dinastías.
Porque estamos hablando no de alguno de esos reyes constitucionales europeos de hoy en día; de uno de esos personajes simbólicos, apartidistas, que reinan pero no gobiernan, encarnan la unidad nacional y realizan actividades protocolares. No, quien impera en Pyongyang es un monarca absoluto, cuya voluntad es ley suprema e inapelable.

Es en ese contexto que el homicidio de un pariente del mandamás —algo que resultaría absurdo en una verdadera república— adquiere pleno sentido. La lógica retorcida del poder monárquico omnímodo conduce a que se perpetren barbaridades como esa. Máxime cuando se trata de un hermano mayor, quien, por el solo hecho de tener más edad, podría invocar un título más sólido a la sucesión en un régimen de ese tipo.
Las autoridades de Malasia han identificado ya a varios sospechosos. Uno de ellos, el Segundo Secretario de la Embajada de Pyongyang en Kuala Lumpur; otro, un empleado de la aerolínea norcoreana Air Koryo, que goza del dudoso honor de ser considerada la peor del mundo.
Las relaciones entre los dos países asiáticos se tensan. El embajador malayo en Pyongyang fue llamado por su gobierno. A su vez, el representante de Kim Jong-un en Kuala Lumpur fue convocado a la cancillería para que aclarara por qué expresó falta de confianza en la investigación que haga la policía local. La misma sede diplomática alega que varios individuos han sido “arrestados sin motivo”.
Mientras tanto, los hechos posteriores a la muerte intensifican las sospechas sobre Corea del Norte. El régimen de este país solicitó la entrega del cadáver sin que se le practicara una necropsia. Ante la natural negativa, alega que no reconocerá los resultados de ese examen, pues el mismo se hará sin la presencia de representantes suyos. Se ha intentado sustraer de la morgue el cuerpo del occiso.
El culebrón acaba de empezar. En los días venideros, la opinión pública conocerá más detalles sobre este nauseabundo asunto.

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