martes, 14 de marzo de 2017

¡Me quito el sombrero ante usted, Comandante!

La prohibición de evocar materialmente al fundador de la dinastía cubana y la campaña propagandística que lo exalta, se complementan de manera perfecta

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Cartel alusivo al fallecido líder cubano Fidel Castro en La Habana (EFE)
LA HABANA, Cuba.- El diario miamense El Nuevo Herald publicó este lunes el interesante reportaje “Fidel Castro, más vivo que nunca en Cuba a los cien días de su muerte“. El texto de Lorena Cantó comienza por una constatación: “Cien días luego de su muerte y aunque Cuba ha limitado por ley el uso de su nombre e imagen, la figura de Fidel Castro está más presente que nunca en la isla, donde el fervor hacia el ex gobernante comienza a cobrar proporciones mesiánicas que llegan incluso hasta la comparación con Jesucristo”.
A partir de ahí, la colega recuerda los puntos culminantes del intenso trabajo de agitación que realiza el aparato propagandístico del régimen para recordar al finado: los constantes homenajes, los programas televisivos diarios, los volúmenes dedicados al personaje, que incluso opacaron la presencia de Canadá —país invitado— en la Feria del Libro.
A esto se ha unido la vulgar chicharronería —u obsecuencia, para que no nos acusen de ignorar el castellano estándar—. Un avispado músico compuso una canción cuya letra equipara a quien todavía estaba de cuerpo presente con “Olofi y Jesucristo”. El titular del periódico Juventud Rebelde del Día de Navidad, rezaba: “El tiempo no devora redentores”, un intento burdo y transparente de comparar con el Crucificado al fundador de la dinastía reinante, quien cumplía un mes de lo que la prensa oficialista, con lenguaje de crónica social burguesa, se empeña en llamar “desaparición física”.
Doña Lorena recurre al testimonio del líder del grupo opositor Arco Progresista, Manuel Cuesta Morúa, quien declaró que lo sucedido “parece ser algo contra el testamento de Fidel Castro”. Y agregó: “Parece que en sus últimas voluntades no hablaba de los medios de comunicación, donde su presencia es constante. Es una brecha que han utilizado…”.
Disiento de ese señor. No se trata de que exista “una brecha”. No creo que haya alguna discrepancia entre la renuencia del “Máximo Líder” a tener estatuas, o edificios públicos y calles con su nombre, por una parte, y el desenfrenado barraje propagandístico con que lo exalta la prensa gobiernista cubana, por la otra.
Lo que sucede es que en este asunto se ha puesto de manifiesto, de manera muy clara, la proverbial astucia que caracterizaba al personaje. A un individuo como él, que dedicó toda su vida a clavarse en la historia —y lo logró—, debieron causarle gran impresión los repetidos ejemplos de estatuas de otros personajes destacados que caían al suelo con gran estrépito una vez terminados sus respectivos reinados de terror.
La lista es bien larga: Adolfo Hitler, Benito Mussolini o, más recientemente, Saddam Hussein. En el ámbito caribeño: Rafael Leónidas Trujillo; o — ¿por qué no decirlo?— las de cubanos ilustres que él mismo mandó derribar: Tomás Estrada Palma, Alfredo Zayas. Y si vamos a recordar ejemplos del propio mundo tenebroso del marxismo leninista: ¿Acaso se han olvidado los innumerables monumentos al “Padrecito de los Pueblos”, el genocida Stalin, que rodaron por tierra?
Para alguien tan sagaz, la idea de estatuas suyas con duración limitada en el tiempo, sólo podían hacerle recordar el refrán: “Pan para hoy y hambre para mañana”. Lo mismo es válido para edificios públicos que tuviesen grandes letras de bronce con su nombre y apellidos.
Igual sucede con las calles, aunque en este caso había otra desventaja adicional: La vieja costumbre de los cubanos de hacerle “el caso del perro” a los solemnes cambios de sus nombres. ¿Alguien recuerda qué dicen las placas que señalizan a Galiano, Monserrate o Teniente Rey? ¿Se imaginan ustedes qué fiasco si, al igual que ocurrió con la flamante Avenida Salvador Allende —que sigue siendo Carlos III para todo el mundo—, nadie recordara el nombre oficial de la calle Fidel Castro!
La ofensiva propagandística marcha por otro camino. El barraje despiadado que martillea día y noche sobre las mentes de los cubanos, ese proceso que alguien bautizó con una frase exacta y lapidaria —lavado de cerebros—, es otra cosa. Se trata de otra faceta de la misma realidad, que complementa de manera perfecta la prohibición antes mencionada.
Los millones de palabras de loa se los llevará el viento; los programas de radio o televisión sólo quedarán en el recuerdo de quienes los padecieron. Los innumerables volúmenes publicados sí pudieran ser destruidos, pero ya se sabe que las quemas de libros tienen — ¡y con razón!— muy mala fama.
Entonces, si vamos a ser francos, aun reconociendo todo lo que de negativo ha representado el personaje para el pueblo cubano, sólo cabe que, al referirnos a este asunto, comentemos: ¡Me quito el sombrero ante usted, Comandante!

1 comentario:

  1. a cien dias de la muerte del tirano lo unico que ha quedado de cuba es un desperdiguero de cubanos por toda centro america. pero ademas lo dije en una ocasion , no hacen faltas carteles o nombres de calles o algo parecido ya que en estos momentos existe una facultad de humanidades en cada universidad cubana y dentro de ellas hay una seccion integra al "invicto" comandante.

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