viernes, 1 de diciembre de 2017

Dos dictaduras al tiro

Venezuela pone los últimos clavos al ataúd que le ha regalado el castrismo

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Raúl Castro y Nicolás Maduro, durante un encuentro sostenido en Miraflores en marzo de 2015 (AP)
LA HABANA, Cuba.- La reelección de Nicolás Maduro en el 2018 parece ser una jugada cantada. Nada que ver con las ambivalentes declaraciones del actual vicepresidente Tareck El Aissami en relación al tema, diciendo que van a tener a Dios y al pueblo mediante, para alzarse con la victoria en los comicios presidenciales a celebrarse a finales del próximo año.
Allí, como en Cuba, las urnas, los votos y la potestad para contarlos están bajo la soberanía del poder real. Por eso el triunfo del oficialismo es puro trámite.
En las elecciones regionales del pasado octubre, donde los candidatos apoyados por el gobierno ganaron 18 de las 23 gobernaciones, hubo un adelanto de lo que sucederá cuando comience la disputa por las alcaldías en diciembre.
Parafraseando aquel discurso navideño de 1969, pronunciado por el caudillo español Francisco Franco, donde oficialmente le cedía al Rey los poderes como Jefe de Estado: En Venezuela, todo está atado y bien atado.
Contra todos los pronósticos, la dictadura en el país sudamericano es un hecho incontestable. Solo faltan algunos arreglos menores para estrenar una réplica exacta del engendro político que Fidel Castro comenzó a manufacturar con retazos de marxismo-leninismo, cuando llegó al poder en 1959 y que culminó en 1968 por todo lo alto.
La Ofensiva Revolucionaria fue el colofón de aquel proceso marcado por las expropiaciones de los negocios particulares que habían sobrevivido a los embates de la dictadura del proletariado en su versión caribeña.
Los que no optaron por el suicidio o la resignación a raíz de los despojos, terminaron largándose del país.
Del miedo a protestar se pasó, sin apenas transición, al pánico, y de ahí a las unanimidades en torno a las ordenanzas del Partido.
En Venezuela las protestas son cada vez más esporádicas e irrelevantes. Aquellas multitudes estoicas frente a las tropas antimotines van quedando en el recuerdo y sin una beligerancia sostenida en las calles, como la hubo durante más de tres meses. Es imposible ponerle coto a una élite determinada a destruir cualquier vestigio de oposición y al secuestro de las instituciones.
El pueblo perdió por agotamiento y también por la ausencia de una efectiva solidaridad internacional.
Como van las cosas, las soluciones que favorezcan a los demócratas venezolanos quedan a merced de la casualidad.
Maduro y sus secuaces dan por descontado que harán lo que sea con tal de lograr sus propósitos.
Tienen a Putin y a Raúl Castro de su lado. Y eso no es cualquier cosa.
Se trata de un miembro permanente del Consejo de Seguridad y de un dictador experto en conspiraciones, que encabeza un modelo dictatorial de izquierda con casi seis décadas de existencia frente a la única superpotencia del mundo.
Cuesta creer que un país como Cuba, con poco más de once millones de habitantes, sin recursos y con una extensión territorial comparativamente minúscula, haya retado durante tanto tiempo y en múltiples escenarios a una nación del calibre de los Estados Unidos. Increíble, pero cierto.
Al juzgar la evolución de los acontecimientos, es altamente probable que coexistan en el continente americano dos dictaduras inspiradas en la revolución bolchevique de 1917.
Una en proceso de consolidación con base en Caracas y la otra en La Habana dándole los últimos retoques a una continuidad que la hace parecer eterna.
Voy a concluir evocando un peculiar texto de la poetisa boricua Lola Rodríguez de Tío (1843-1924), titulado Cuba y Puerto Rico son de un pájaro las dos alas.
Tal vez ella pensó en un colibrí o en un Tocororo al escribir los versos.
En las postrimerías del 2017, al sustituir a la Isla vecina por Venezuela, el ave que observo batir las alas es un aura tiñosa.

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