domingo, 25 de febrero de 2018

Señores políticos, no sustenten el engaño

¿Qué “cambios” han sucedido en Cuba a partir de la existencia o no de relaciones con EEUU? Ni los necesarios ni los suficientes

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Raúl Castro recibe al senador demócrata Patrick Leahy. 2013 (acn.cu)
LA HABANA, Cuba.- Sin penas ni glorias, este miércoles concluyó la visita a La Habana de una delegación parlamentaria estadounidense formada por legisladores demócratas y liderada por el senador Patrick Leahy, de la cual no ha trascendido casi nada: las “conversaciones” entre políticos y funcionarios de ambas orillas del Estrecho siguen discurriendo al estilo de las conspiraciones.
A juzgar por las anodinas notas aparecidas en la prensa oficial y por las insustanciales declaraciones hechas por los visitantes en la rueda de prensa celebrada en la embajada de EEUU al final de la visita, es evidente que no solo persiste el acostumbrado secretismo que ha rodeado estos encuentros desde el inicio mismo de los conciliábulos Obama-Castro, sino que se refuerza la idea de la imposibilidad de un entendimiento  Cuba-EEUU en el escenario actual.
Como se ha hecho también habitual, los políticos estadounidenses simpatizantes de la política de acercamiento con Cuba –como es el caso de los referidos visitantes– han criticado fuertemente el retroceso sufrido en las relaciones diplomáticas por el gobierno de Donald Trump, a partir del endurecimiento del embargo y de la crisis desatada a raíz de los enigmáticos “ataques sónicos” aún no esclarecidos que, según aseguran las autoridades estadounidenses, sufrieron más de dos decenas de sus diplomáticos mientras cumplían sus misiones en La Habana.
Ahora bien, el denominador común de partidarios y detractores de la existencia de vínculos entre Cuba y EEUU es la defensa a ultranza de sus respectivas posiciones, y que en el caso de la delegación parlamentaria encabezada por el senador Leahy –un verdadero activista en la defensa de esta línea, cuyos esfuerzos solo podemos suponer proporcionales a los intereses que representa–, se manifiesta en la repetición machacona de un guion basado en unos pocos elementos básicos, sin adentrarse mucho en detalles, y que se resume aproximadamente en los siguientes puntos: el retroceso es perjudicial tanto para los estadounidenses como para los cubanos, responde a “la paranoia y la sospecha” que ha caracterizado la política de EEUU hacia Cuba a lo largo de 50 años, paraliza los proyectos de cooperación entre ambos países e impide que EEUU pueda “implicarse” en el cercano proceso de relevo generacional de liderazgo que sucederá con la salida del general-presidente cubano en abril próximo.
La debilidad de esta posición –que no supone inferioridad con relación a la posición opuesta, defendida por los partidarios de la ruptura de relaciones y de mantener el Embargo– consiste en pretender ignorar el inmovilismo político de su contraparte cubana y de la absoluta falta de voluntad política de ésta para favorecer efectivamente al pueblo cubano a partir del aprovechamiento de las medidas aperturistas que dictó el expresidente, Barack Obama, al calor del breve período de deshielo entre la Casa Blanca y la Plaza de la Revolución.
A esto habría que añadir el regreso a los discursos de barricada y el enquistamiento en las trincheras ideológicas “antimperialistas” que ha estado imponiéndose desde La Habana un tiempo antes de la llegada de la administración Trump, justo desde que el entonces Presidente Obama culminara su visita a la capital cubana, en el transcurso de la cual –y para su disgusto– el gobierno cubano constató tanto la arrolladora simpatía de los cubanos por el “Imperio enemigo” como la posibilidad real de que un verdadero acercamiento pueblo a pueblo y una auténtica aplicación de la flexibilización, tal como la concibió Obama, constituían fuentes de libertades ciudadanas en Cuba que ponían en peligro la supervivencia de la dictadura castrista. Ni más ni menos.
Por tanto, si bien la actual política de la Casa Blanca constituye un regreso a estrategias demostradamente fracasadas a lo largo de medio siglo, no es menos cierto que la marcha atrás no fue iniciada por Trump, sino por el gobierno cubano. Solo que el retroceso cubano consistió en una arremetida contra aquellos sectores de emprendedores privados de la Isla, cuyos pequeños negocios habían comenzado a prosperar a la sombra del restablecimiento de los vínculos con EEUU que favorecieron una mayor entrada de visitantes estadounidenses y con ello el incremento de los beneficios para un creciente número de cubanos industriosos que dependían cada vez menos del tutelaje y la “protección” gubernamental.
Es justo recordar que la asfixia sistemática del minúsculo sector privado en Cuba es una política de Estado para impedir que tengan lugar verdaderos cambios al interior de la Isla.
Y ya puestos en contexto, es oportuno mencionar otro aserto que se está tornando peligrosamente recurrente: “Cuba está cambiando”. Este monótono ritornelo se ha convertido en una especie de mantra entre algunos visitantes foráneos –supuestamente bienintencionados– que parecen confundir la realidad con los deseos.
Lo dañino de esta percepción errada es que a nivel internacional tiende a crear estados de opinión favorables al cambio fraude que se ha estado urdiendo en la Isla desde la salida de Castro I de la escena pública, y a la vez desalienta las aspiraciones de democracia de millones de cubanos, en particular de quienes dentro y fuera de Cuba han estado luchando en singular disparidad contra la dictadura más larga de la historia de este hemisferio.
En realidad, el “cambio generacional” en el poder político que se avecina en la Isla no supone un cambio político ni responde a la existencia de una joven clase política emergente llena de nuevas ideas y propuestas. Todo lo contrario. Se trata simplemente de una consecuencia del curso natural de la biología que impone la retirada de la gerontocracia verde olivo del gobierno visible –que no del Poder real–, y de la imposición de un títere fiel, apenas un rostro más fresco que garantice la permanencia del sistema de castas establecido desde 1959 y los privilegios de sus ungidos. Razón por la cual es muy improbable que el traspaso generacional implique un cambio significativo o una evolución hacia auténticas transformaciones de la realidad cubana.
Por demás, suponer que las relaciones diplomáticas con el gobierno estadounidense permitirían una “implicación” de éste en el escenario político cubano no solo resulta ilusorio sino también arrogante al ignorar implícitamente la capacidad de los cubanos para, en un escenario propicio, decidir el futuro político de la Isla sin “imprescindibles” intromisiones de la Casa Blanca.
Eso en cuanto a política. Con relación al escenario social, ¿qué “cambios” se han estado produciendo en Cuba a partir de las acciones gubernamentales o de la existencia o no de relaciones con EEUU? Ni los necesarios ni los suficientes.
Hay que reconocer que en los últimos años se han introducido en la legislación cubana ciertas modificaciones (aperturas, suelen llamarles algunos optimistas contumaces), pero en buena lid éstas no hacen más que reconocer derechos que por décadas se nos habían negado –léase la compraventa de viviendas y automóviles, la seudo reforma migratoria, el (limitado y costoso) acceso a Internet y a las redes de telefonía móvil, la comercialización de computadoras, la ampliación de las actividades del sector privado y la entrega de licencias (actualmente “congelada”), entre otras–; dizque “reformas” que tampoco han tenido un alcance social efectivo ni han significado una mejoría en la vida del cubano común.
De hecho, en los últimos años han aumentado las carencias materiales, se ha elevado el costo de la vida, han empeorado los servicios de salud y la calidad de la educación, se ha profundizado la corrupción, ha aumentado la delincuencia y es notoria la crisis general de valores, todo lo cual aumenta la incertidumbre, la desesperanza y la apatía de la población.
Así pues, señores políticos, no se engañen… O, más bien, no sustenten el engaño. Cuba realmente necesita un milagro pero no vendrá de la mano de un servil amanuense de la dictadura ni tampoco de quien gobierne en EEUU; sea éste un carismático y sagaz mestizo de talante amistoso o un rabioso y beligerante radical de blonda testa.

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