viernes, 17 de diciembre de 2021

 

Fascistas o comunistas: ¿Quiénes son peores?

Los datos históricos, en su testarudez, nos demuestran una y otra vez que han sido precisamente los comunistas quienes han perpetrado los mayores crímenes y atrocidades contra la humanidad

LA HABANA, Cuba. – El pasado jueves, después de poner un océano de distancia entre él y su esposa, de una parte, y los represores y sus propios compañeros reprimidos, de la otra, Yunior García Aguilera ofreció una conferencia de prensa. Según el portal digital Diario de Cuba, en ese acto el joven dramaturgo, entre otras cosas, “hizo énfasis en la necesidad de que el mundo entienda el carácter fascista del régimen cubano”.

El caso no es único. Los ejemplos pudieran multiplicarse, pero sería llover sobre mojado. Ese enfoque representa —creo— un guiño casi obsceno a las teorías tendenciosas de los socialistas e “izquierdosos” que atribuyen todos los males habidos y por haber a sus primos hermanos “de derechas” (fascistas y nazis).

En ese contexto –y según esos mismos rojillos–, sólo el hecho de apartarse de las doctrinas “puras y nobles” del “verdadero socialismo” podría explicar las atrocidades que se han perpetrado en tantos países regidos durante años por el marxismo leninista, o ahora mismo en Norcorea, China, Vietnam y Cuba.

Sin embargo, los datos históricos, en su testarudez, nos demuestran una y otra vez que han sido precisamente los comunistas –no sus socios que no sólo enarbolaban igualmente las banderas socialistas, sino también las nacionalistas– quienes han perpetrado los mayores crímenes y atrocidades contra la humanidad.

Para empezar, debemos señalar la duración mucho mayor que, en comparación con los nazifascistas, han tenido los señores de la enseña macabra de la hoz y el martillo. Cuando Hitler, con el modesto rango de cabo, hacía méritos para obtener su segunda cruz de hierro en la Primera Guerra Mundial, los bolcheviques, encabezados por Lenin y Trotsky, realizaban con éxito su putsch contra el gobierno reformista de Kerensky y establecían su poder en la inmensa Rusia.

En el caso del Führer alemán, ejerció el mando supremo desde 1933 hasta 1945. Incluso Mussolini, cuyo ascenso al poder fue algo anterior (1922), sólo ejerció su liderazgo durante menos de un cuarto de siglo. ¿Qué es eso comparado con el prolongadísimo control ejercido por los comunistas en medio mundo! Y está claro que estos últimos, al haber ejercido su poder durante un lapso mucho más largo, tuvieron mejores posibilidades para perpetrar mayor número de genocidios y otros crímenes.

De momento, dejemos a un lado al Duce italiano, cuyos atropellos en este terreno parecen —en comparación— pecadillos veniales. El mismísimo Hitler pierde si lo comparamos con grandes genocidas de la talla de alias Stalin o Mao Zedong. Al germano se le atribuye el exterminio de entre cinco y seis millones de seres humanos (en lo fundamental judíos, pero también de otros grupos étnicos); si además cargamos a su cuenta los muertos en la Segunda Guerra Mundial, la cifra se elevaría a unos 17 millones.

Los líderes comunistas lo sobrepasan con creces. Las palmas se las lleva el “Gran Timonel” chino. Los genocidios que desató Mao Zedong con el “Gran Salto Adelante” primero, y la “Revolución Cultural” después, complementados con las víctimas de sus persecuciones políticas, se tradujeron en más de medio centenar de millones de muertes. Dentro de esa indefinición motivada por la magnitud del crimen y la falta de datos exactos, la cifra más aceptada es la de 78 millones.

Iósif Dzhugashvili, que prefería utilizar el alias delincuencial Stalin (“de acero”, en ruso), ocupa un segundo lugar en este luctuoso terreno. Su gobierno se caracterizó por las terribles “purgas”, eufemismo para describir asesinatos colectivos de diferentes tipos. El número de sus víctimas mortales se cifra en unos 23 millones. Con esto —algo obvio— también él le gana la partida a Hitler.

Otros jefes comunistas obtuvieron resultados más “modestos”. Pol Pot, Kim Il Sung y Mengistu Haile Mariam se las arreglaron para despachar —cada uno— algo más de millón y medio de sus semejantes al otro mundo. Aunque esas cifras palidecen en comparación con las señaladas en los dos párrafos precedentes, ellas sí impactan en términos relativos, sobre todo las del primero, quien se calcula que exterminó a la cuarta parte de la población de su propio país.

Un tema que a veces se considera tabú es el de los campos de concentración. Se suele atribuir su ideación a los nazis alemanes. En verdad, los nombres de Auschwitz, Dachau o Mauthausen son bien conocidos por los crímenes terribles en ellos perpetrados. Pero ahí están los surgidos en la antigua Unión Soviética bajo el mando de Stalin, que integraban el “Archipiélago GULAG” descrito de modo magistral por Solzhenitsyn. No tienen tanto renombre como los antes mencionados, pero fueron más antiguos.

Este es un terreno en el que la Cuba castrista puede exhibir también notables “logros”. Durante la invasión de la Bahía de Cochinos, el habanero Gran Stadium del Cerro —actual Latinoamericano— sirvió para recluir a simples sospechosos de ser desafectos del régimen. Y esto una quincena de años antes de que el general Pinochet diera un uso análogo (pero muchísimo más publicitado y criticado) al Estadio Nacional de Santiago de Chile. En la Gran Antilla vendrían después los de las UMAP (“Unidades Militares de Ayuda a la Producción”) y los actuales “campamentos de trabajo correccional”.

En el terreno de la vida cotidiana del ciudadano de a pie, los regímenes comunistas no resisten la menor comparación con sus primos fascistas y nazis. Es donde impera el marxismo leninista que la ridiculez de los salarios, las privaciones y escaseces de todo género, la represión de cualquier opinión discrepante y la grisura de la vida cotidiana alcanzan niveles francamente insuperables.

Entonces, ¿por qué decir que en esos países imperan las políticas fascistas! ¿Vamos a darles la razón a los que consideran bochornoso que alguien, a estas alturas, utilice el símbolo asesino de la cruz gamada, pero les parece muy bien que otro enarbole el emblema aún más criminal de la hoz y el martillo!

¡Fascistas no! Si queremos ser objetivos, el único adjetivo que cuadra utilizar, lo mismo en China o Norcorea que en Cuba, es el de comunista. ¡Con eso está dicho todo!

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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René Gómez Manzano

René Gómez Manzano

(La Habana, 1943). Graduado en Derecho (Moscú y La Habana). Abogado de bufetes colectivos y del Tribunal Supremo. Presidente de la Corriente Agramontista. Coordinador de Concilio Cubano. Miembro del Grupo de los Cuatro. Preso de conciencia (1997-2000 y 2005-2007). Dirigente de la Asamblea para Promover la Sociedad Civil. Ha recibido premios de la SIP, Concilio Cubano, la Fundación HispanoCubana y la Asociación de Abogados Norteamericanos (ABA), así como el Premio Ludovic Trarieux. Actualmente es miembro de la Mesa de Coordinación del Encuentro Nacional Cubano

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