Dr. René Gómez Manzano
Abogado y periodista independiente
Acabo de terminar la lectura de un libro interesantísimo: Fidel y Raúl: Delirios y fantasías. Se
trata de un trabajo del prestigioso periodista Pablo Alfonso, publicado en
abril del presente año por la Editorial Hispano Cubana, de Madrid, en su
colección Ensayo.
Aunque algo se plantea en esa obra sobre el actual
General-Presidente, en realidad los pasajes consagrados a su persona son escasos
y secundarios. Por ejemplo, el capítulo “Raúl no es Fidel, pero es igual”, está
dedicado a las similitudes de ambos hermanos en el empleo de la mano dura; no a
hipotéticas quimeras del menor, de quien el autor no cita ni una sola. Los
delirios y las fantasías parecen ser monopolio del Hermano Mayor.
Pienso que Don Pablo bien habría podido prescindir de esos
fragmentos consagrados a Raúl Castro, aunque resulta evidente que, en ese caso,
el libro y su título, al versar sólo sobre el hombre que cesó en el desempeño
del mando supremo hace ya más de un lustro, habría perdido buena parte de su actualidad.
No obstante, el defecto no es grave. Aunque se tocan algunos
temas de la política cubana de hoy, el plato fuerte del colega lo constituyen
las ocurrencias del Máximo Líder, que
éste puso en práctica durante los decenios en que ejerció facultades omnímodas
al frente del Estado Cubano, el Partido Único y las Fuerzas Armadas.
Es probable que esas situaciones resulten sorprendentes para
nuestros compatriotas jóvenes, pero quienes peinamos canas las experimentamos
durante la mayor parte de nuestras vidas de adultos. A los más viejos nos
correspondió sufrir, en nuestros propios pellejos, las peregrinas invenciones
que recapitula el libro.
Por sus páginas desfilan el experimento comunista en San
Andrés de Caiguanabo, los planes de siembra de frutas europeas, la fiebre de la
inseminación artificial (¡hasta a los manjuaríes!), la Brigada Invasora Che Guevara, el Cordón de La Habana, la
Zafra de los Diez Millones y la actuación de bestias epónimas como Ubre Blanca y Rosafé Signet.
También se recuerdan la paulatina extinción del dinero, la
fabricación de tierra, el debate de Castro con un genetista británico sobre los
cruces de vacunos, la Desecación de la Ciénaga de Zapata, la conversión de la
Bahía de Nipe en un gran lago de agua dulce. El clásico cierre con broche de
oro es una nota actual: la moringa.
El gran mérito de la obra radica en que no sólo menciona
todos aquellos empeños frustrados, sino que lo hace en forma harto documentada.
Las páginas del periódico oficialista Granma,
en las que se entonan loas a cada campaña de turno del compañero Fidel o se publican sus discursos, desfilan a todo lo
largo del trabajo. De cada pronunciamiento se señala el día, mes y año en que
fue publicado.
Alfonso emplea en sus comentarios un tono —distendido y
socarrón— que se ajusta de maravillas a la índole del tema abordado. Un botón
de muestra son las líneas consagradas al toro Rosafé Signet, comprado ya vejancón en Canadá por 27 mil dólares, y
“que fue sometido luego a tantas masturbaciones, que murió eyaculando, convertido
en todo un mártir de la revolución inseminadora”.
El libro no está exento de alguna pequeña incongruencia: por
ejemplo, habla de la Conferencia del Partido Comunista de Cuba, celebrada en
enero del pasado año, en términos de futuro. Pero eso no es lo más importante. Fidel y Raúl es digno de ser leído. Sirve
no sólo para rememorar los muchos esfuerzos baldíos del pasado, sino también
para recordar cómo la obsecuente prensa castrista, lejos de ensayar alguna
modesta crítica, se dedicó siempre a exaltarlos y loarlos.
La Habana, 24 de junio de 2013.
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