Dr.René
Gómez Manzano
Abogado y periodista Independiente
Cuando
se habla de Cuba en clave económica, uno de los temas recurrentes es
el de las posibilidades que brinda el país para las inversiones
extranjeras. Desde hace lustros se han venido realizando operaciones
de ese tipo, con resultados variables. Un hecho cierto es que, en los
últimos tiempos, se ha incrementado el número de los poseedores de
capital que cierran sus negocios en la Isla.
Esto
no es fruto de la casualidad. La economía cubana se encuentra en una
situación precaria que no es privativa de ese país. La historia nos
enseña que dondequiera que ha imperado el sistema dirigista
característico de los estados en los que rige la doctrina del
marxismo leninista, la ineficiencia productiva y el desbarajuste
económico han constituido la regla general.
La
inoperancia del modelo ha provocado un curioso fenómeno: para que la
masa de la población mantenga un nivel de modesta medianía, se
necesite de la existencia de un generoso mecenas extranjero cuyos
subsidios enmascaren la inviabilidad del sistema. Antes fue la
antigua Unión Soviética; ahora, la Venezuela chavista.
En
Cuba, la presencia de algunos inversores foráneos ha servido para
lograr una discreta reanimación en sectores puntuales de la
maltrecha economía nacional; aunque esa participación ha estado
sujeta al control oficinesco de la nomenclatura comunista, que es la
que, de manera casuística, aprueba o veta, en cada caso concreto, el
proyecto sometido a su consideración.
Este
método burocrático representa, de por sí, un obstáculo apreciable
al libre desarrollo de la iniciativa empresarial. A lo anterior se
une otra circunstancia: aunque la Ley contempla la posibilidad de que
existan inversiones controladas en su totalidad por compañías
foráneas, el sistema que impera en la práctica es el de constituir
empresas mixtas, en las cuales el
Estado cubano posee el paquete de control.
Estado cubano posee el paquete de control.
Estas
actividades están reguladas por la Ley de la Inversión Extranjera,
pero ello, en realidad, no representa garantía alguna, pues se sabe
que en el país no existe seguridad jurídica, desde la hora en punto
que ese cuerpo legal —al igual que la mismísima Constitución—
pueden ser modificados por entero, de la noche a la mañana, conforme
a lo que instruya la alta dirigencia. Además, no existen tribunales
independientes ni libre ejercicio de la abogacía.
A
lo anterior se ha sumado una circunstancia comparativamente reciente:
Si antes los capitalistas extranjeros sospechosos de haber
participado en actos de corrupción eran expulsados del país, desde
hace un par de años se ha establecido la práctica de someterlos a
procesos judiciales, en los cuales varios de los afectados han estado
sujetos a prisión provisional. Ese ha sido el caso de distintos
ciudadanos de Canadá y el Reino Unido, quienes han experimentado en
carne propia las realidades del sistema carcelario castrista, así
como de los tribunales.
Por
supuesto que esta nueva situación no coadyuva en absoluto al mejor
desenvolvimiento de esa actividad empresarial “no estatal”
(eufemismo preferido por las autoridades cubanas cuando se refieren
al sector privado). Máxime cuando, en las actuales condiciones, la
corrupción parece casi inevitable, habida cuenta de las magras
remuneraciones oficiales recibidas por los administradores estatales.
Para colmo, ese accionar en contra de los inversores extranjeros
presenta un carácter discriminatorio, pues –tal y como expresó
uno de los recientes procesados– “competidores como los de China
y Venezuela han sido dejado tranquilos”…
En
el ínterin, en esa especie de representación teatral los cubanos se
mantienen como convidados de piedra, pues esas posibilidades, que se
admiten para los extranjeros, permanecen vedadas para ellos. Si
residen en la Isla, solo se les autoriza a fundar micro-empresas en
actividades específicamente previstas en la Ley, lo cual no incluye
el ejercicio privado de profesiones universitarias. A los que residen
fuera no se les ha permitido invertir, aunque en este caso se está
hablando de autorizarlos a hacerlo.
Habrá
que permanecer atentos a cómo se desarrollan las reformas –hasta
ahora harto limitadas– emprendidas por el gobierno encabezado por
el general Raúl Castro. Mientras ellas no se profundicen; mientras
no se reconozca el papel fundamental que debe corresponder a la plena
vigencia del derecho de propiedad, el panorama no parecerá
prometedor.
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