Dr.René Gómez Manzano
Abogado
y periodista independiente
En
las últimas semanas se ha agravado en Siria el enfrentamiento que
desde hace años se desarrolla entre el régimen y quienes se le
oponen. La permanente masacre desatada por las fuerzas leales al
presidente Bachar El Assad —actual cabeza de la dinastía— ha
cobrado ya más de cien mil vidas humanas. Crece el número de los
refugiados que tratan de salvar su existencia en precarios
campamentos ubicados más allá de las fronteras.
El
último acontecimiento que ha intensificado el interés por la
tragedia del mencionado país árabe fue el uso de armas químicas
que ocasionaron la muerte de más de un centenar de ciudadanos. El
empleo de este nuevo método de exterminio ha despertado la atención
de la opinión pública internacional. La misma Organización de las
Naciones Unidas ha tomado cartas en el asunto, enviando expertos que
deberán rendir su informe en breve.
Como
era de suponer, la postura asumida por los gobiernos extranjeros se
ha ajustado a los intereses geopolíticos de cada uno. En Occidente,
la reacción general ha sido de repugnancia y condena ante lo que
—según todo indica— constituye una escalada brutal en la
represión feroz que el régimen de Damasco ejerce contra su propio
pueblo.
No
obstante, en esa parte del mundo las posibles muestras concretas de
solidaridad se ven detenidas —o, al menos, demoradas— por la
natural renuencia de los pueblos y gobiernos democráticos a verse
envueltos en un nuevo conflicto bélico contra otro tirano más.
Varios parlamentos se han involucrado en la toma de decisiones al
respecto.
Por
su parte, Rusia, que tiene en las costas sirias su única base naval
en el Mediterráneo, apoya de mil modos a su gran aliado El Assad. En
Latinoamérica, los estados que gravitan alrededor del llamado
“socialismo del siglo XXI” respaldan, sin muchos remilgos, al
régimen del mencionado país árabe, que junto al Irán de los
ayatolas integra el dúo de los grandes enemigos de Estados Unidos en
la región.
En
el caso específico de Cuba, su Ministerio de Relaciones Exteriores
emitió a principios del presente mes una Declaración sobre el tema.
En ella expresa “profunda preocupación” por la decisión
anunciada por el presidente Obama de tomar represalias contra el
gobierno sirio. El MINREX habanero insta también al Secretario
General de las Naciones Unidas a “involucrarse directamente” en
el asunto.
Es
presumible que el Consejo de Seguridad de la ONU no logre tomar una
decisión al respecto. La tendenciosa declaración cubana lo atribuye
a “la preeminencia de los Estados Unidos en dicho órgano”, pero
la causa verdadera es la postura recalcitrante de Rusia (apoyada en
este asunto por China), que veta cualquier medida que afecte a su
aliado querido. En vista de lo anterior, el documento oficial del
régimen de La Habana opina que a la Asamblea General de la ONU
“también le compete la responsabilidad de detener la agresión”.
Al
parecer, los jurisconsultos castristas, puestos a escoger entre la
política y el derecho, optaron por la primera, e hicieron caso omiso
del artículo 12 del tratado fundacional de las Naciones Unidas, que
establece con claridad: “Mientras el Consejo de Seguridad esté
desempeñando las funciones que le asigna esta Carta con respecto a
una controversia o situación, la Asamblea General no hará
recomendación alguna sobre tal controversia o situación, a no ser
que lo solicite el Consejo de Seguridad”.
En
el ínterin, altos funcionarios de Rusia, al igual que los
publicistas que apoyan la actuación del gobierno sirio, afirman que
es un absurdo atribuir a las autoridades de Damasco la
responsabilidad por el uso del armamento químico. Con ese fin aducen
que ellas son las primeras perjudicadas por este nuevo giro en los
acontecimientos.
De
este modo dejan en pie, como única explicación posible de lo
sucedido, que el empleo de las sustancias prohibidas haya provenido
de los propios rebeldes. Habida cuenta de que los cadáveres
pertenecen a amigos, familiares y vecinos de los últimos, esta
afirmación resulta mucho más absurda que lo que se pretende negar.
Lo
anterior me recuerda la conocida polémica sobre la identidad de
William Shakespeare, tras cuyo nombre, según algunos, se esconde
Christopher Marlowe. El problema es que este último autor murió en
una riña tabernaria cuando aún no habían aparecido muchas de las
obras atribuidas al bardo del Avon. Esto provocó el mordaz
comentario de uno de los impugnadores de la teoría: “El principal
argumento para considerar que Shakespeare era en realidad Marlowe es
que el primero estaba vivo, mientras el segundo era ya cadáver”.
De
manera análoga, podríamos ahora ironizar: La demostración de que
las armas químicas fueron utilizados no por El Assad, sino por sus
opositores, es que los muertos los han puesto estos últimos. La
Habana, 6 de septiembre de 2013.
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