Dr. René Gómez Manzano
Abogado y periodista independiente
Los
pasos dados para separar a Crimea de Ucrania e incorporarla a Rusia constituyen
una verdadera aventura
Una vez más la propaganda de los “socialistas del
siglo XXI” se ha alineado con las políticas adoptadas por uno de sus líderes extranjeros
predilectos: En esta oportunidad, Vladimir Putin. La cobertura noticiosa dada
en los países de la ALBA a los recientes sucesos de Crimea, deja traslucir las
simpatías izquierdosas por la secesión de esa península y su incorporación a
Rusia.
En realidad, no están claras las razones para que
esos señores se identifiquen con un régimen corrupto, oligárquico y mafioso
como el que encabeza en Moscú el ex coronel de la tenebrosa KGB. Es probable
que el carácter de Rusia como hipotética alternativa al poder de Estados Unidos
sea la que explique ese contubernio.
En Cuba, los medios de propaganda oficialistas, al
cubrir ese tema, ponen de manifiesto que ven la separación con muy buenos ojos.
El pasado lunes, por ejemplo, la Mesa
Redonda difundía las declaraciones de una madre rusa residente en la
mencionada península, que expresaba sus simpatías por ese proceso.
Con el mayor desparpajo, la buena señora afirmaba
que todo eso era necesario porque, en caso contrario, ella y sus hijos corrían
un “peligro real” de ser asesinados. Como no existe antecedente alguno de crímenes
étnicos en Crimea, la dama igual hubiera podido estar hablando del riesgo
objetivo de que un aerolito cayera sobre su cabeza.
Parece evidente que quienes de manera tan alegre se
han puesto a apoyar esta aventura política, no han meditado sobre los nefastos
precedentes que le sirven como marco de referencia. Tampoco han sopesado las
implicaciones diversas, contradictorias y nada halagüeñas que ella ofrece.
En el plano histórico, lo primero que acude a la
mente es la actividad pre-bélica de Adolfo Hitler. También el funesto Führer presentaba a sus vecinos reclamaciones
territoriales basadas en argumentos étnicos. Un ejemplo es la población de la
región fronteriza de los Sudetes, en Checoslovaquia, que en los años treinta
del pasado siglo era de habla alemana en su gran mayoría.
En base a esto, los nazis y sus partidarios en esa
provincia, encabezados por el títere Konrad Henlein, escandalizaban hablando de
las supuestas “atrocidades” perpetradas contra ellos por los checos. Como se
sabe, todo aquello terminó con el desmembramiento del país y la anexión de los
Sudetes al Tercer Reich. Al año
siguiente comenzó la Segunda Guerra Mundial.
Por ende, si quienes ahora apoyan la anexión de
Crimea a Rusia desean tener un mínimo de coherencia, deberían aplaudir el
antecedente histórico del bochornoso Pacto de Múnich. Y también el anterior
zarpazo de Putin, al apoderarse del territorio georgiano de Osetia del Sur. A
nivel mundial, este otro despojo sólo recibió el apoyo de Daniel Ortega, el
gran despistado nicaragüense.
Según datos oficiales, la idea de independizar a
Crimea de Ucrania e incorporarla a Rusia, obtuvo en el reciente referendo el
respaldo del 96,7% de los votantes. Si esto es fundamento suficiente para
justificar ese rediseño de las fronteras entre ambos países eslavos, ¿no
deberíamos pensar entonces que el 99,8% de
apoyo que los habitantes de las Islas Malvinas otorgaron a su permanencia bajo
la bandera británica justifica la renuncia argentina a sus pretensiones sobre
ese territorio!
La aventura alentada por Vladimir Putin entraña una
serie de consecuencias adversas para él mismo y su gobierno. Entre ellas, la posible
erosión del apoyo popular al actual inquilino del Kremlin y el bajón sufrido ya
en los mercados bursátiles por el rublo y las acciones de compañías de Rusia.
A lo anterior se suma que los actuales aliados de
este país (por ejemplo, antiguas repúblicas soviéticas como Kazajstán y
Bielarús) rechazan la medida. Razón tienen para adoptar esa posición, pues en
todas ellas existen importantes poblaciones rusófonas, que pudieran convertirse
en foco de situaciones análogas a la de Crimea.
A más largo plazo, la actual política del Kremlin
denota un grado de aventurerismo difícil de superar. Si algún país debería
andar con pies de plomo en estos asuntos es justamente Rusia. El gigantesco
estado eurasiático alberga en su territorio gran número de etnias diversas,
muchas de las cuales son mayoritarias en sus respectivas regiones.
Tatarstán, por ejemplo, cuenta con más de tres
millones de habitantes (una población mayor que la de Crimea). Otras repúblicas
autónomas han dado muestras de su voluntad separatista; Chechenia y el
abigarrado Daguestán son los mejores ejemplos. En una palabra: Putin está
abriendo una verdadera Caja de Pandora.
Ojalá surtan efecto las medidas adoptadas por la
Unión Europea y los Estados Unidos para conjurar las ansias expansionistas de
la oligarquía moscovita. Esperemos que en el Kremlin prevalezcan las mentes más
lúcidas. La Habana, 19 de marzo de 2014.
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