domingo, 15 de mayo de 2016

El coco no tiene agua

El régimen cubano se las ha arreglado para destruir las grandes industrias, y las pequeñas también

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La pequeña industria del coco tiene una alta incidencia en economías locales (Foto: juventudrebelde.cu)
La pequeña industria del coco tiene una alta incidencia en economías locales (Foto: juventudrebelde.cu)
LA HABANA, Cuba.- Los hechos, en su testarudez, nos convencen de la absoluta inoperancia del sistema de economía dirigida. Los señores del llamado “socialismo real” pueden hacer grandes planes, redactar lineamientos, activar “motores productivos”, exhortar a los militantes del único partido a elevar la combatividad y a controlar más –lo que, traducido al castellano corriente, quiere decir celebrar más reuniones–; pero el único resultado palpable de todo eso será el fracaso.
En el caso específico de los cubanos, para nosotros no constituyen noticia los descalabros estruendosos experimentados en los principales rubros productivos. La otrora “azucarera del mundo” ha visto reducirse la fabricación del dulce a niveles de un siglo atrás. En otros renglones tradicionales de cierto peso específico –tales como el tabaco y el café– se confrontan retrocesos similares.
Pero de vez en cuando llegamos a conocer que el desastre no se limita a esos sectores emblemáticos, sino que se extiende también a otros que, al menos en el plano nacional, tienen un carácter secundario y aun marginal. Es lo que sucedió el pasado viernes al leer el reportaje “Vindicación del cocotero”, del colega Jorge Luis Merencio Cautín, que publicó a página completa el diario oficialista Granma.
En ese trabajo periodístico no podían faltar –¡claro!– los ambiciosos planes de relanzamiento productivo ni las luminosas perspectivas de futuro, aunque es justo reconocer que el escritor castrista se muestra bastante reservado en sus predicciones. Su trabajo, fechado en Baracoa, lo comienza con cautela: “Parece ser que, por fin, en este municipio comienza a rendírsele el merecido honor al cocotero”.
Pero los datos concretos que el autor nos brinda sobre las realidades de la producción en la zona de nuestra Ciudad Primada (donde el rubro ha poseído una notable importancia local) resultan mucho más elocuentes: “En 1990 Baracoa produjo 27 600 toneladas de coco”, mientras en 2015 “apenas alcanzó 8 000 toneladas”. ¡Una caída de más de dos tercios! La relación de los factores que incidieron en ese desastroso resultado es larga.
El reportero menciona la “desatención agrotécnica del cultivo”, la “ausencia de fertilización”, el “azote del ácaro”, el “desestímulo de los acopios por bajo precio de compra al productor”, los “frecuentes impagos a campesinos y cooperativistas”, “el desvío de la producción para alimentación animal y la elaboración y comercialización ilícita de aceite”, así como la “ineficiencia de la industria extractora de grasa”.
Los teóricos de las ideas socialistas (que se relamen al hablar del “despilfarro” y la “anarquía de la producción” bajo el capitalismo), se las verían negras para explicar las calamidades experimentadas ahora en ese sector. Por ejemplo, “desde hace unos dos años la entidad baracoense no vende aceite a Suchel (empresa de cosméticos y productos de aseo)”. Esta industria jabonera no puede utilizar ese producto debido a “su bajo refinamiento y elevada acidez”.
Los defensores a ultranza de la ecología también encontrarán material de interés en el reportaje. Hasta el momento, el cocimiento de la copra se realiza en obsoletos hornos malayos, que se caracterizan por la “emisión de gases contaminantes a la atmósfera” (y por la baja calidad de la grasa producida). Se habla de la sustitución de esa tecnología arcaica, pero esto, si en definitiva se hace, será más adelante.
A los que defienden la planificación y el “desarrollo armonioso de la producción bajo el socialismo”, les vendría de perillas leer las palabras de “uno de los productores destacados” en el reportaje. Este señor revela que “hubo un momento en que fue mejor dejar perder el coco que venderlo a la empresa, pues los campesinos prácticamente pagaban más por la cosecha […] que lo que ingresaban por ella”.
El periodista deposita sus esperanzas en los numerosos eslabones de la burocracia comunista que –se supone– participarán en la realización de los planes. A la flamante “Empresa Agroforestal y Coco Baracoa” deberán unirse en ese empeño “el Ministerio de Economía y Planificación, el Grupo Agroforestal del Ministerio de la Agricultura, Producciones Varias del Ministerio del Interior y las empresas Alimentaria e Industrias Locales Varias”. La Universidad de Guantánamo deberá formar cuadros.
Dejando a un lado esa hipertrofia burocrática y pasando a un plano más concreto (aunque siempre en términos hipotéticos), el autor menciona asimismo “la adquisición este año de una brigada mecanizada para el arreglo de los caminos”. Según Merencio, esto “garantizará extraer el fruto de los sitios más recónditos e inaccesibles, donde hasta el momento se pierde o se destina a otros usos”.
Veremos en qué irán a parar esos ambiciosos planes. Por el momento, lo único concreto que hay es otro sector productivo arruinado por el desgobierno castrista.

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