miércoles, 10 de agosto de 2016

Edmundo García vs. José Daniel Ferrer, mentiras contra verdades

Para ganar un pleito hacen falta tres cosas: Tener la razón, saberla exponer… y que te la quieran dar

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LA HABANA, Cuba.- Ayer me acordé de un viejo refrán forense: Para ganar un pleito hacen falta tres cosas: Tener la razón, saberla exponer… y que te la quieran dar. Recordé ese aforismo al ver en YouTube el debate entre el gran líder opositor residente en Cuba José Daniel Ferrer García y el conocido informador castrista Edmundo García Moure, radicado en Miami. Actuó como moderadora la periodista María Elvira Salazar.
Antes de contemplar el encontronazo, conocí valoraciones de compatriotas cuyos criterios vale la pena escuchar. Ellos, que ya habían visto el debate, coincidían en calificar de manera desfavorable el desempeño que tuvo el fundador y líder de la UNPACU (Unión Patriótica de Cuba). Fue con esas prevenciones que empecé a ver el material. Para mi contento, al terminar pude constatar que esas opiniones no estaban plenamente justificadas.
Comprendo por qué esos inteligentes cubanos se inclinaron a pensar de ese modo. Está claro que en una discusión de ese tipo, entre un opositor y preso político, de una parte, y un defensor a ultranza del desgobierno castrista, de la otra, las simpatías de cualquiera que esté enfrentado al régimen de La Habana tienen que estar de lleno junto al primero.
Volviendo al refrán del inicio, es lógico que, tras más de medio siglo de involución, totalitarismo y miseria, la generalidad de los cubanos que en calidad de espectadores terciaban en el debate, consideraran que José Daniel tenía la razón; y de calle. En esas circunstancias, es natural que ellos aspirasen también a que su exposición de las verdades del anticastrismo resultara demoledora para su contrincante. Y esto es lo que, por desgracia, no sucedió.
Por su parte, la táctica de García Moure —en esencia— consistió en repetir los lugares comunes de la propaganda comunista: Ante todo, colgar letreros  a quienes se enfrentan al régimen de sus amores (“terrorista”, “mercenario”, “empleado del gobierno americano”). Y hacerlo, además, sin molestarse en aportar la menor prueba para respaldar sus afirmaciones.
Al mismo tiempo, se mostró más fidelista que Fidel. Rechazó cualquier posible vínculo entre los regímenes de la antigua Unión Soviética y Norcorea con el de Cuba, aunque todos enarbolan las doctrinas del engendro conocido como “marxismo-leninismo”. También negó de forma vehemente que en Cuba hubiese una dictadura, pese a que sus mismos jefes del Palacio de la Revolución reconocen que sí existe: “dictadura del proletariado”, la llaman ellos.
Para contestar la imputación de José Daniel sobre la actividad terrorista de los subordinados de los hermanos Castro durante la insurrección, afirmó con absoluta desfachatez que ambos (pero sobre todo Fidel, que era jefe supremo del Movimiento “26 de Julio”) no “tuvieron nada que ver con lo que pasaba con algunas células en las ciudades”. Esta afirmación, aparte de ser mentirosa, invita al cuestionamiento: ¿Y tampoco tienen que ver con el monumento erigido en honor de Sergio González (“El Curita”) —el ejecutor de la macabra “Noche de las Cien Bombas”— en el parque que lleva su nombre, en pleno corazón de La Habana!
Los métodos de Don Edmundo pueden alcanzar un relativo éxito entre algunos cubanos de la Isla, que no tienen con qué comparar lo que la propaganda oficialista martilla sin descanso en sus cerebros. Pero pretender —como parece hacerlo García Moure— que tácticas como ésas puedan persuadir a algún residente de Miami, resulta ridículo. Si a alguien convenció, fue a los que ya estaban convencidos de las supuestas bondades del castrismo (que, felizmente, son poquísimos entre los exiliados).
Imagino que lo que condujo a algunos compatriotas a dar una valoración negativa a la intervención de Ferrer García, fue justamente que las verdades que dijo (las que sí expresó, y nada mal, por cierto) no satisficieron esa aspiración a que él arrasara con su adversario. También cabe deplorar que nuestro hermano de ideales haya permitido que su contrincante lo condujera a terrenos inapropiados, tales como la hipotética convivencia de ambos, primero en Miami, en casa de Edmundo, y después en Santiago de Cuba, en la de José Daniel, o la supuesta condición “terrorista” de compatriotas prominentes residentes en la Florida.
En cuanto a la anfitriona, tuvo una actuación deficiente. Su negativa —absurda en un debate— a utilizar un cronómetro, dio pie a la acusación marrullera del castrista sobre supuestas inequidades en el tiempo asignado a uno y otro. La discusión se le fue de las manos: toleró que García Moure sentara las pautas. Es de lamentar el tiempo que desperdició en asuntos secundarios, como el desfile de Chanel y la filmación de la película “Rápido y Furioso” en La Habana. Sí me pareció acertado su planteamiento final: que este enfrentamiento se haya dado sólo en Miami, y su aspiración a que, en un futuro, otros similares puedan tener lugar dentro de Cuba.
En el caso de Ferrer, hermano mío de ideales, sólo aspiro a que esta experiencia le sirva para, en casos futuros —que llegarán con seguridad— preste más atención a cuestiones que parecerían ser secundarias, como la presencia mediática. Y para la anfitriona María Elvira, un breve comentario: Sí, con el favor de Dios, también en Cuba veremos debates parecidos, y más temprano que tarde.

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