miércoles, 10 de agosto de 2016

El obrero cubano, un nuevo “subproducto”

Los jerarcas castristas parecen no avergonzarse del baldón que arrojan sobre sus mismos compatriotas al obligar a una empresa extranjera a traer obreros desde las antípodas

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Trabajador cubano de la construcción (foto: ow.ly)
Trabajador cubano de la construcción (foto: ow.ly)
LA HABANA, Cuba.- Ahora está de moda la cruzada en pro de la comunidad LGBTI (lesbianas, gais, bisexuales, transexuales e intersexuales) de Cuba que libra la “Sexóloga en Jefa|” Mariela Castro. Esa iniciativa goza del concertado —y justo— aplauso de la opinión pública nacional e internacional. Pero los que aspiramos a aprovechar las enseñanzas de la historia, no podemos olvidar la despiadada represión de antaño contra esos compatriotas nuestros. Se trató de una campaña en toda la línea desatada desde las altas cumbres del poder.
Ahora, los comunistas aspiran a que la culpa caiga en el suelo; pretenden hacer recaer la responsabilidad en comisarios de segunda o tercera fila. Pero ahí han quedado grabadas las palabras del mismísimo Fidel Castro, pronunciadas en 1963 —¡y nada menos que en la Universidad de La Habana!— sobre los “pepillos vagos… con unos pantaloncitos demasiado estrechos” que organizan “sus shows feminoides”. “Nuestra sociedad no puede permitir ese tipo de degeneraciones”, dijo entonces refiriéndose a quienes calificó como “un subproducto”.
Poco después surgieron los campos de concentración de las UMAP (Unidades Militares de Apoyo a la Producción), y en el sector artístico se entronizó la tenebrosa “parametración”. Fue en esa época que, refiriéndose a las perspectivas de la danza artística, un dirigente del sector tuvo el tino de pronunciar, ante uno de los ejecutores de la persecución, una frase memorable. Tal vez para no desentonar con el vocabulario entonces de moda, empleó un término peyorativo y homofóbico, pero aun así sus palabras terminantes son dignas de ser repetidas: “O hay pájaros, o no hay ballet”.
Si he rememorado estos sucesos (que datan de hace más de medio siglo, sí; pero que tuvieron lugar bajo el mismo régimen actual, no bajo otro distinto) es porque me hizo recordarlos una noticia publicada hace unos días en CubaNet. “Emplean obreros indios para la construcción de hoteles en Cuba”, rezaba el titular. El texto recordaba que el grupo constructor francés Bouygues, ha contratado operarios del mencionado país asiático, a los que paga unos 1 600 euros mensuales.
Un diplomático occidental, haciendo honor a su profesión, ha descrito la situación creada, y para ello ha empleado verdades a medias: “Los trabajadores cubanos no son tan bien pagados”, afirmó. Según el funcionario extranjero, por esa razón “hay poca motivación” en los aludidos obreros de la Isla.
El eufemismo ha servido en este caso para evitar que se viole el protocolo al explicitar la explotación desenfrenada que el gobierno cubano ejerce sobre sus propios ciudadanos. La superflua unidad empleadora (a través de la cual casi siempre obligan a las empresas mixtas a contratar al personal local), puede forzar al socio extranjero a desembolsar, por el trabajo de los cubanos, una suma similar a la que ahora se abona a los indios. Pero ese dinero queda en las arcas de la burocracia. Al obrero nativo se le pagan unos cientos de pesos en la devaluada moneda nacional: Ganancia neta para los castristas, que se quedan con la parte del león.
Mis remembranzas de la persecución de antaño contra los homosexuales vienen al caso por una razón sencilla: Supongo que si los representantes de la compañía francesa pudieran hablar con entera libertad, es probable que parafraseasen al dirigente del sector artístico arriba mencionado. “O hay indios, o no hay hotel”, podrían ellos decir.
Y por supuesto que esto no obedece a defectos inherentes al trabajador cubano. Nuestros compatriotas, cuando llegan a alguno de los innumerables países hacia los que emigran, dan sobradas pruebas de su laboriosidad y su honradez. Lo mismo puede decirse de aquellos que permanecen en la Isla y realizan trabajos en el sector privado (perdón, quise decir “no estatal”).
Pero si una pandilla de tecnócratas, con absoluta desfachatez, los despojan de más del noventa por ciento de lo que devengan con su esfuerzo, entonces parece razonable que actúen como lo hacen: Que trabajen lo menos posible, que no cumplan lo pactado, que hagan chapucerías, que cobren una pequeña parte del dinero que les timan sustrayendo los materiales y herramientas de trabajo a los que tienen acceso. ¡Bien por el “Hombre Nuevo”, obra de Fidel, el Che y la Revolución!
En el ínterin, los jerarcas castristas parecen no avergonzarse del baldón que arrojan sobre sus mismos compatriotas al obligar a una empresa extranjera a traer obreros desde las antípodas. Y quién sabe si alguno de los máximos jerarcas, recordando la expresión peyorativa usada antaño por el “Comandante en Jefe”, describa al proletariado cubano como “un subproducto”.

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