viernes, 17 de diciembre de 2021

 

Cuba: anticastristas antiguos y modernos

El que no se haya distinguido por su activismo en las filas comunistas cubanas y se distancie de ellas, merece una bienvenida

LA HABANA, Cuba.- El pasado sábado, los cubanos recibimos la noticia del deceso, en la ciudad de Miami, del eminente poeta y periodista Raúl Rivero. De inmediato, la prensa independiente (y también la internacional, como el influyente diario español El País) se hizo eco de la triste nueva. La oficialista de su Patria —como cabía esperar de comunicadores tan mezquinos y acoquinados como los gobiernistas de Cuba— ni se dio por enterada.

Entre las crónicas publicadas con motivo del luctuoso suceso, descuella —creo— la de Luis Cino en estas mismas páginas. Y no solo por la emotividad de sus remembranzas; también por su celeridad: fue publicada el mismo día del deceso. Los aportes de Víctor Manuel Domínguez, asimismo en CubaNet, y Reinaldo Escobar en 14yMedio, son igualmente dignos de especial mención.

En lo personal, me veo algo limitado en ese aspecto. No alcancé con el ilustre difunto el grado de intimidad que se desborda en las líneas de aquellos que se relacionaron con él de manera más cercana y prolongada. No obstante, sí lo traté y puedo decir que mis remembranzas de Raúl Rivero son las de un hombre agudísimo, alegre y cordial.

Recuerdo que compartimos en mi casa, junto con otros opositores al régimen, para celebrar el cumpleaños de quien era entonces mi mujer. Las imágenes del sencillo motivito fueron a parar a manos de la policía política, y los plumíferos del régimen, a falta de otras mejores, las publicaron en su libelo Los disidentes.

¡Infinita desvergüenza! ¡Ellos, que no divulgan los espléndidos banquetes de los jerarcas comunistas y hasta de un simple hijo o nieto de mayimbe, sí se entretienen en publicar las fotos de un opositor con motivo de una modesta fiestecita familiar!

Pero ni el proverbial descaro de los jefes rojos ni la mezquindad de sus plumíferos son el tema de este trabajo periodístico. Aquí prefiero concentrarme en la forma en que algunos compatriotas suelen reaccionar ante el paso de otro coterráneo de las filas gobiernistas a las de quienes piensan con su propia cabeza y no vacilan en publicarlo.

Algo de eso puedo mencionar en relación con la crónica que dediqué al deceso de una gloria de Cuba: Adalberto Álvarez. En ese texto, yo expresaba mi admiración por la claridad con la que él se atrevió a condenar la brutal represión castrista del 11 de julio. Máxime cuando se trata de alguien que fue diputado a la Asamblea Nacional, donde supongo que no haya hecho otra cosa que alzar la mano en apoyo de cada una de las propuestas gubernamentales.

En reacción a ese texto, algunos consideraron preferible centrarse en los años —¡muchos en verdad!— durante los cuales el gran compositor y director prefirió figurar en las filas gobiernistas. Una usuaria, en particular, lo calificó con dureza: “un chivato”, “un cómplice de la dictadura terrorista narcotraficante cubana”, “un colaborador de la misma”.

Algo similar sucedió con lo escrito por el colega Cino sobre el difunto Raúl. Un usuario ironiza con motivo de los términos laudatorios empleados por el periodista: “Todo está muy hermoso y sentimental”, dice. Mas a continuación agrega: “Pero le faltó la parte de comunista y fidelidad al régimen de Rivero”. ¡Y esto dicho de uno de los presos de conciencia de la “Primavera Negra” de 2003!

En un largo post publicado como comentario a mi crónica sobre don Adalberto, Rolando Cartaya escribe: “El que no se haya ido en los DC-3 en la madrugada del 1.º de enero de 1959 de Columbia, y haya amanecido en La Habana, ya tiene un día de cómplice”. Y abunda en el tema: “el que se fue en el 60 tiene un año, en el 61 tiene 2 y así consecutivamente”.

Valoro mucho los criterios de ese autor; se trata de uno de los fundadores de la prensa independiente en la Cuba comunista. Pero me parece que exagera: En puridad, no creo que quienes huyeron de Cuba junto con Fulgencio Batista sean un ejemplo para nadie. En definitiva, ellos fueron copartícipes de un régimen autoritario, criminal y corrupto.

Al triunfar, el nuevo gobierno contaba con el respaldo de más del 90 % de los cubanos. Ese fervor se mantuvo, y aun creció de inicio, con las medidas demagógicas y populistas adoptadas. Parafraseando a Martí, podemos decir que, cuando el pueblo cubano empezó a abrir los ojos, ya el “Máximo Líder” estaba sentado en su frente. Y tenía en sus manos las riendas que ese pueblo había dejado caer, y lo azotaba con ellas.

No creo que sea enteramente veraz la frase que califica como “la del callo” a la que todavía siguen llamando “Revolución cubana”. No es solo al verse directamente afectado (según la frase popular, cuando “le pisan el callo”) que un compatriota nuestro suele desencantarse con “el proceso” y posicionarse frente a él. También posee importancia la interiorización de valores que el comunismo menosprecia, como son los derechos humanos, la verdad, la democracia, la libertad de empresa, los deseos de prosperar en la vida, la religión, la familia.

Cuando un cubano abre los ojos y se percata de la realidad (que el régimen, so pretexto de brindar educación y salud —¡en la actualidad, ya ni eso!— ha conculcado todos los derechos), se inicia un proceso largo. De inicio, el desencantado no necesariamente expresa su oposición al régimen; lo más frecuente es que solo se distancie de él, se retraiga, disminuya su participación en las “tareas revolucionarias” o discrepe en algún tema puntual. Eso es, en esencia, lo que sucedió con el maestro Adalberto Álvarez.

En una etapa posterior se producen la franca ruptura y el enfrentamiento a la dictadura. Este sería el caso de quien esto escribe y de tantos más. También el de Raúl Rivero, quien tras una prolongada actuación en la prensa independiente cubana, fue enviado a prisión en 2003 —¡hace casi dos decenios!— por las autoridades castristas.

Creo que no resulta productivo, en esas circunstancias, echar en cara, a quien deja las filas gobiernistas, la mayor o menor tardanza de ese abandono. En ese sentido sí le doy la razón al colega Cartaya. Unos tuvieron la clarividencia de comprender la deriva autoritaria y antidemocrática del castrismo en apenas unas semanas o meses; ¡mi reconocimiento a ellos! Pero otros tardaron más.

No debemos rechazar a estos últimos; a los que —digamos— se distanciaron a raíz de los históricos sucesos del 11 de julio, o a los que los hayan emulado ayer mismo, o lo hagan mañana. En medio de la catastrófica situación en la que el desgobierno comunista ha metido a la desdichada Cuba, es inevitable que las defecciones en sus filas aumenten cada día. Y lo que corresponde darles a esos compatriotas —creo— es una sincera bienvenida; sobre todo cuando se trate de personas que no han intervenido de modo personal en los atropellos del régimen.

ARTÍCULO DE OPINIÓN
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René Gómez Manzano

René Gómez Manzano

(La Habana, 1943). Graduado en Derecho (Moscú y La Habana). Abogado de bufetes colectivos y del Tribunal Supremo. Presidente de la Corriente Agramontista. Coordinador de Concilio Cubano. Miembro del Grupo de los Cuatro. Preso de conciencia (1997-2000 y 2005-2007). Dirigente de la Asamblea para Promover la Sociedad Civil. Ha recibido premios de la SIP, Concilio Cubano, la Fundación HispanoCubana y la Asociación de Abogados Norteamericanos (ABA), así como el Premio Ludovic Trarieux. Actualmente es miembro de la Mesa de Coordinación del Encuentro Nacional Cubano

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