René Gómez Manzano
Abogado y periodista independiente
Para
resolver el conflicto entre Ucrania y Rusia debe respetarse la integridad
territorial de ambas
El pueblo de Ucrania, al costo de un centenar de
mártires, obtuvo un formidable triunfo al derrocar el régimen autoritario y
gangsteril de Víktor Yanukovich. Los problemas se centran ahora en la postura
asumida ante ese importante acontecimiento por el gobierno de Moscú, así como por
los rusoparlantes, que predominan en el Oriente y el Sur del país.
La presencia minoritaria de los ucranianos en buena parte
de su república se debe al proceso de rusificación, que comenzó con el zarismo,
pero se incrementó bajo el comunismo. La cuenca del Donbass y la ciudad portuaria
de Odessa, inundadas durante decenios por trabajadores procedentes de otras
zonas del gigantesco estado soviético, son buen ejemplo de ello.
Mención aparte merece Crimea. Esta península se ha
convertido en tema noticioso de primer orden y centro de atención de la
diplomacia mundial. Hace unas horas, las autoridades de ese territorio —la
única república autónoma de Ucrania— decidieron separarse de este país e
incorporarse a la Federación de Rusia.
Esta maniobra no carece de antecedentes étnicos e
históricos. La población rusófona predomina ampliamente en Crimea. Desde 1918,
la península formó parte de la República Socialista Federativa Soviética de
Rusia. Pero poco antes de morir, el tirano Stalin dispuso otra cosa.
Resultan sorprendentes los enrevesados razonamientos
del déspota georgiano. Molesto por la masiva resistencia de los campesinos
ucranianos a la colectivización, el “Padrecito de los Pueblos” organizó y
ejecutó contra ellos, en los años treinta, el Golodomor, una terrible hambruna inducida que ocasionó la muerte de
más de cinco millones de seres humanos. Se calcula que otra cifra similar fue a
parar a las islas del tenebroso Archipiélago GULAG.
Con esas dos medidas genocidas, el tirano del
Kremlin logró frenar el desarrollo del movimiento nacionalista. Sin embargo, en
1953, el mismo Stalin, de manera contradictoria, decidió hacer un peculiar “regalo”
a los ucranianos: Crimea pasaría de una república a otra. La decisión fue
implementada al año siguiente, cuando ya el bigotudo georgiano había abandonado
este mundo.
Es sobre esta base que surge el actual conflicto. Los
sentimientos secesionistas han sido exacerbados por las poses chovinistas de
los líderes y el aliento de la Administración de Putin en el Kremlin. El
diferendo ha creado una situación difícil, cuya única solución razonable debe
ser en base al principio de la intangibilidad de las fronteras existentes, que
en su momento fuera proclamado en los Acuerdos de Helsinki. Esta sabia regla ha
puesto fin a los innumerables conflictos territoriales que sufrió la vieja
Europa durante siglos.
Por supuesto, el respeto a la integridad territorial
de Ucrania debe ir acompañado por una política razonable de parte de las
autoridades de Kíev, en el sentido de respetar las minorías étnicas que existen
en ese país. En especial a la mayor de éstas, constituida por la población rusoparlante.
En el largo plazo, los ucranianos deberán tener
presente las experiencias de algunas otras antiguas repúblicas soviéticas. Un
ejemplo es Estonia. Al disolverse la URSS, en ese país báltico surgieron
conflictos con la población rusófona, que predomina en zonas fronterizas como
la ciudad de Narva. En un inicio, se habló también de la secesión de esos
territorios.
En alguna medida exacerbó el conflicto la demanda de
las nuevas autoridades de Tallinn: que la población no autóctona acreditara
conocer el idioma local. En realidad, el nivel de conocimientos que se exigía
no era elevado; pero los rusos, como malos colonos, se habían radicado allí sin
siquiera molestarse en aprender las frases de uso más corriente. Felizmente, el
conflicto se superó, y al momento actual la situación ha cambiado en forma
radical.
Si a los rusos étnicos de Estonia les plantearan hoy
la opción de reintegrarse a su Madre Patria o continuar habitando en el estado
báltico independiente, su decisión sería indudable. Antes que sumergirse en el
gigantesco país plagado por el autoritarismo, la corrupción y las mafias, con
seguridad preferirían seguir viviendo en la pequeña república, cuyo desarrollo
económico y democrático ha sido ejemplar.
Resulta razonable esperar una salida similar para
Ucrania. Por desgracia, este tipo de solución se ha demorado, pues este país
eslavo, desde el logro de su independencia, ha permanecido la mayor parte del
tiempo bajo el control de grupos politiqueros que también han propiciado la
corrupción y el estancamiento.
Esperemos que la decisión adoptada ahora por el
pueblo ucraniano, que ha dejado bien claro que prefiere Bruselas a Moscú,
permita el establecimiento de un gobierno progresista y dinámico, que haga
surgir un nuevo estado, en el que ucranianos, rusos y otras etnias tengan
acceso igual al bienestar, la seguridad y las libertades públicas. La Habana, 7 de marzo de 2014.
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