René Gómez Manzano
Abogado y periodista independiente
El encarcelamiento de Alan Gross se
mantiene en Cuba sin perspectivas de solución
El
pasado miércoles, la prensa dio una noticia triste: Falleció la señora Evelyn,
madre del contratista estadounidense Alan Gross, quien se encuentra preso en
Cuba, condenado a quince años de prisión por el “terrible delito” de intentar
facilitar a sus correligionarios judíos de la Isla unos equipos de comunicación
satelital. Se trata de objetos cuya tenencia es lícita en todo el mundo. Pero según
los inefables tribunales castristas, esa conducta atenta contra la seguridad de
la Nación.
La
señora tenía 92 años de edad, y padecía de cáncer en ambos pulmones. Se puede
decir que el desenlace era —pues— esperado. Pero precisamente por esta razón
resulta más cruel la actitud asumida por el gobierno cubano, que rechazó la
petición formulada por los familiares y abogados del norteamericano para que él
pudiese ir a visitar a su anciana mamá antes del inevitable final, que una nota
oficial del Ministerio de Relaciones Exteriores de la Isla (MINREX) califica
ahora de “infortunada noticia”.
Este
doloroso sucedido tiene lugar pocas semanas después de difundirse determinadas
especulaciones sobre el posible intercambio del contratista por los únicos tres
espías castristas integrantes de la llamada Red
Avispa —desmantelada hace un decenio y medio por el FBI— que aún permanecen
en cárceles de Estados Unidos.
A
raíz de ese anuncio, algunos concibieron esperanzas de que por fin se hiciera
realidad la consigna anunciada de manera triunfalista, hace más de un lustro,
por el fundador de la dinastía Castro: “¡Volverán!”. Pero al respecto hay que
decir que los sucesos más recientes en el gran país del Norte hacen que las
dudas sobre el cumplimiento de esos pronósticos resulten cada vez más fundadas.
Durante
mi reciente estancia en la Florida, pude aquilatar la reacción de la prensa libre
de Estados Unidos a raíz de otro intercambio de análoga naturaleza: el realizado
hace unos días entre el desertor norteamericano Bowe Bergdahl y cinco de los
peores terroristas talibanes, quienes permanecían recluidos en la Base Naval de
Guantánamo.
Las
secuelas del canje prometen convertirse en un largo culebrón que incidirá en
las elecciones parciales del próximo noviembre. Salen a la luz las
declaraciones de los antiguos compañeros de pelotón del ahora repatriado, que
lo caracterizan de manera harto negativa. No faltan analistas que sopesan el
intercambio y concluyen que en él la Parte Norteamericana salió —con mucho—
peor parada.
Como
cabía esperar (dada su conocida identificación con el Partido Republicano), la
Cadena Fox ha convertido esta cuestión en tema permanente de sus transmisiones.
Pero no sería acertado pensar que la cobertura del asunto tiene un carácter
sectario, pues dentro de los demócratas no faltan las voces que ataquen también
la desigual permuta.
Elemento
interesante del debate es la exhibición de los rostros patibularios de los
terroristas que, gracias al acuerdo, han salido en libertad y podrán reanudar ahora
sus fechorías. Esto lo hace Fox de manera constante. Estoy convencido de que
sus jetas serían valoradas por Cesare Lombroso —el creador de la teoría del
“delincuente nato”— como cinco demostraciones irrefutables del acierto de sus
hipótesis.
Con
independencia del resultado que llegue a tener este debate en el seno de la
gran democracia norteamericana, el asunto no dejará de tener incidencias en la
situación de nuestro país. De modo particular —como ya apunté—, en las
esperanzas que algunos han concebido sobre las posibilidades de realizar el
intercambio entre el contratista norteamericano y los tres espías castristas.
Lo
anterior incluye a las propias autoridades cubanas, las que ahora, en la ya
mencionada Declaración del MINREX,
mencionan de modo eufemístico la “disposición de Cuba a buscar de conjunto con
Estados Unidos una solución a los casos de Gross y de Gerardo, Ramón y Antonio,
que sea aceptable para ambas partes…”.
A
mi modesto entender, lo importante no es la evidente asimetría entre los dos objetos
del presunto canje (como es obvio, esa desigualdad sería menor que entre
Bergdahl y los cinco talibanes). El problema es que, después de la violenta
reacción que ha provocado este último trueque, parece razonable dudar que la
actual Administración demócrata de Washington se embarque en otra permuta
similar, que despertaría críticas no menos virulentas.
Cabe
presumir —pues— que mientras el gobierno del general Raúl Castro no abandone
sus planes de intercambiar a tres espías convictos por un simple contratista y
se niegue a excarcelar a este último, continuarán cerradas las posibilidades de
normalizar las relaciones entre la Isla y Estados Unidos. Los grandes
perjudicados con ello serán el sufrido pueblo cubano y las posibilidades de que
se halle una apertura real a la crítica situación que sufre hoy nuestro país. La
Habana, 19 de junio de 2014.
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