miércoles, 12 de noviembre de 2014

LA APUESTA DEL NEW YORK TIMES














Dr. René Gómez Manzano

Abogado y periodista independiente

Menos mal que en la Casa Blanca están conscientes de que cambiar tres espías por Alan Gross es un pésimo negocio

El influyente diario New York Times ha agregado un nuevo capítulo a su apuesta editorial para que el gobierno de Barack Obama normalice las relaciones con el régimen castrista. A los tres artículos de fondo anteriores (en los que reclama el levantamiento unilateral del embargo), el pasado fin de semana adicionó otro referente al caso de Alan Gross, el contratista norteamericano encarcelado en La Habana desde hace casi cinco años.

Los planteamientos del periódico izquierdista al respecto son terminantes: “Sólo hay una manera viable de retirar a Gross de una ecuación suficientemente compleja. La administración Obama debe canjearlo por tres espías cubanos que llevan más de 16 años tras las rejas en Estados Unidos”. Ni siquiera el Ministerio de Relaciones Exteriores castrista fue tan explícito en su declaración oficial del pasado junio. En ella sólo se atreve a aludir, de manera eufemística, a la “disposición de Cuba a buscar de conjunto con Estados Unidos una solución a los casos de Gross y de Gerardo, Ramón y Antonio, que sea aceptable para ambas partes”.

Entre las razones que justificarían la liberación de estos últimos tres espías, los editorialistas neoyorquinos citan “las críticas válidas que han surgido respecto a la integridad del proceso judicial que enfrentaron”. Resulta curioso que los colegas del New York Times, tratándose de un caso en el que ellos mismos han equiparado dos juicios realizados en países distintos, critiquen el celebrado en Estados Unidos mientras justifican el de Cuba.

Este planteamiento carece de fundamentación. El juicio de Miami fue el más largo celebrado en el gran país del Norte. Durante meses desfilaron testigos, entre ellos agentes del FBI que ilustraron a la corte sobre los innumerables mensajes cruzados entre los espías y sus jefes de La Habana. También colaboraron con las autoridades norteamericanas la mayor parte de quienes integraban la Red Avispa. Entre otros datos, salieron a la luz las instrucciones cumplidas para penetrar en instalaciones militares de la Florida y los planes que desembocaron en el derribo de dos avionetas desarmadas cuyos cuatro ocupantes civiles perdieron la vida.

Por el contrario, en el meteórico juicio de Gross lo único que se puso de manifiesto fue la trivialidad de la acusación formulada: facilitar a sus correligionarios judíos de la Isla un teléfono satelital; es decir, un equipo cuya tenencia es lícita en casi todo el mundo. Si las autoridades totalitarias de La Habana han prohibido su uso, resulta evidente que esa arbitraria veda no podría justificar la brutal condena de quince años impuesta al contratista, nada menos que por realizar supuestos “actos contra la independencia y la integridad territorial del Estado”.

Los editorialistas norteamericanos aluden también a “los posibles beneficios que un canje podría representar para lograr un acercamiento bilateral”. El diario neoyorquino afirma que ese cambio “podría abrir el camino para reanudar lazos diplomáticos”. Y hace un planteamiento siniestro: “Si Gross muere estando en custodia, la posibilidad de establecer una relación más saludable con Cuba desaparecerá por varios años”.

Esta última afirmación es cierta, aunque imprecisa. Esperemos que, por el bien del mismo contratista y sus seres queridos, ella no se haga realidad. Pero el periódico hubiera hecho bien en precisar que, si ahora mismo sucediera lo peor, el tiempo durante el cual no podrían normalizarse los vínculos bilaterales sería exactamente de dos años, que es lo que falta hasta las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos.

Este tema de la posible muerte en prisión de Gross nos conduce por otro camino: uno puede estar de acuerdo en que ese desenlace es “enteramente evitable”, como afirma el New York Times, pero la pregunta que se impone (y que el periódico no se molesta en plantearse siquiera) es: ¿Por qué deben ser las autoridades de Washington las que cedan! ¡Si las que están apremiadas por alcanzar una solución son las de La Habana!

Es probable que la campaña editorial dirigida a normalizar las relaciones bilaterales responda a los intereses de determinados círculos deseosos de invertir en Cuba. Pero no parece razonable pensar que la generalidad der ellos esté apurada por hacerlo. A la luz del encarcelamiento reciente de varios capitalistas de países anglosajones (de lo cual ahora mismo es ejemplo el canadiense Cy Tokmakjián, también sancionado a quince años), no les arriendo la ganancia a quienes sí aspiran a hacerlo.

Pero hay algo que no creo que admita dudas: ¡Cambiar a los tres espías por Alan Gross es un pésimo negocio! ¡Menos mal que en la Casa Blanca están conscientes de ello y que su vocero descartó el intercambio propuesto por el despistado New York Times!.  La Habana, 5 de noviembre de 2014.

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