sábado, 3 de septiembre de 2016

El Acuerdo de Paz en Colombia: Una renuncia de las FARC a acceder al poder

Los métodos de los izquierdistas carnívoros para eternizarse en el poder no serían aplicables al caso de Colombia

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LA HABANA, Cuba.- Prosiguiendo con mi análisis del reciente Acuerdo Final de Paz en Colombia, creo oportuno discrepar en parte de un compatriota y colega que goza de mi mayor estima. Confieso ser un lector ávido de Carlos Alberto Montaner, en cuyas obras uno no sabe qué admirar más: si la solidez de los argumentos o el magistral encanto con que éstos son expuestos. Suelo coincidir con sus planteamientos, pero no esta vez.
Para ser leal, debo aclarar que los razonamientos de los cuales disiento, fueron hechos por mi compañero en un trabajo elaborado antes de que se publicara el Acuerdo Final de Paz. Por consiguiente, al hacer ahora este análisis, cuento con esa ventaja. El referido artículo, publicado en CubaNet, contiene cuatro argumentos principales para acusar al presidente Juan Manuel Santos de “no entender las razones de sus enemigos para sentarse a negociar”. Discrepo de todos ellos.
En primer lugar, no considero válida la tajante afirmación que hace Montaner sobre los narcoguerrilleros de las FARC: “Se sentían derrotados”. Aquí hay que matizar: Por supuesto que las muertes de los alias “Raúl Reyes, Mono Jojoy y Alfonso Cano” (así como las de decenas de sus subalternos, que los mismos subversivos, con la mayor desfachatez, calificaron de “asesinato” y “masacre”, como si no estuvieran en guerra) constituyeron un factor determinante para sentar a los insurrectos a la mesa de negociaciones.
Así lo expresé en un artículo que publiqué en CubaNet hace más de un año: “El mantenimiento de las hostilidades —que Santos planteó como una condición sine qua non para el inicio de los actuales diálogos de paz— constituiría un permanente acicate para inclinar a los jefes de las FARC hacia la moderación, el espíritu conciliador y la comprensión del adversario”. Pero de ahí a afirmar que “se sentían derrotados” hay un trecho que me parece insalvable.
El segundo argumento esgrimido —la opción por la “vía chavista” para llegar al poder— tampoco resulta válido. El ahora “Comandante Eterno” sólo escenificó una asonada —sangrienta, sí; pero de pocas horas— contra un gobierno impopular. Los bandidos de las FARC, por el contrario, han estado enlutando a Colombia durante decenios. Son incontables los hombres y mujeres asesinados o secuestrados por ellos, los sabotajes y chantajes perpetrados, las toneladas de cocaína traficadas, los campesinos desplazados. Pensar que, tras esa ejecutoria funesta, los ciudadanos van a votar en masa por ellos, equivale a catalogar a los colombianos como un hatajo de aberrados.
De hecho, los mismos subversivos están conscientes del escaso apoyo popular con el que cuentan. Diversas cláusulas del Acuerdo Final dan fe de ello. Mediante un subterfugio, se crean 16 curules adicionales. Se trata de bancas para las que los partidos existentes no podrán postular candidatos. O sea, son actas de representantes con nombres y apellidos virtuales: los de los jerarcas de las FARC. Por añadidura, el movimiento político que creen los subversivos no estará sujeto al umbral electoral. Esto significa que hasta 2026 no necesitará alcanzar la modesta cifra de 50 mil votos (¡el 0,1% de la población!) que exige la Constitución.
Amén de agenciarse esas 16 curules sin tener que competir por ellas, las FARC reclamaron (y el Gobierno aceptó) que, hasta 2022, los herederos políticos de esa guerrilla reciban el 15% de los fondos estatales destinados a financiar movimientos políticos, y el 10% hasta 2026. Aquí también se pone de manifiesto la poquísima confianza de los insurrectos en obtener el respaldo del pueblo. Sólo esto último explica la existencia de esos preceptos. Resulta evidente que las expectativas de Montaner al respecto son mucho más elevadas que las de los mismos delegados subversivos en la mesa de negociaciones de La Habana.
En su tercer argumento, mi colega recuerda con admirable precisión el modus operandi empleado por los populistas de izquierda para crearse una amplia clientela política al tiempo que destruyen la economía del país. La descripción es certera, pero augurarles esa posibilidad a los sediciosos de las FARC constituye un ejercicio intelectual ajeno a la realidad: Con las limitadísimas perspectivas electorales que tienen (y que —como hemos visto— ellos mismos reconocen de manera tácita), no resulta razonable esperar que se alcen con la victoria en una próxima elección. ¡Suerte que tienen los colombianos!
Lo mismo puede decirse del cuarto y último de los argumentos principales esgrimidos por Don Carlos Alberto. Los métodos de los izquierdistas carnívoros para eternizarse en el poder (y que mi compañero describe con elocuencia y acierto), no serían aplicables al caso de Colombia, y ello por la misma razón ya señalada: las escasas perspectivas de éxito comicial que tienen los subversivos de las FARC.
En ese contexto, la inferencia que se hace en el artículo debatido (que el plebiscito del próximo 2 de octubre constituirá un ejercicio esencialmente tramposo) y la idea de que las FARC se han limitado a cambiar de táctica para acceder al poder por la vía pacífica, carecen de validez, en mi opinión. En un futuro artículo trataré de abundar en el tema.

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