domingo, 29 de enero de 2017

La mala costumbre de perdonarle todo al castrismo

De tiempo en tiempo, en Latinoamérica se invoca la supuesta “excepcionalidad” de Cuba para justificar las andanzas del régimen

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(EFE)
(EFE)
LA HABANA, Cuba.- De tiempo en tiempo, algún publicista latinoamericano —a menudo de izquierdas, aunque a veces no— invoca la supuesta “excepcionalidad” de Cuba para justificar las andanzas del castrismo. Ese es el método que utilizan para admitir que un régimen militar, dinástico y de partido único, se siente en plano de igualdad junto a gobiernos civiles, democráticos y pluralistas.
Esta actitud se va convirtiendo en un tema recurrente de la politología de Nuestra América. Ella sirve para admitirlo todo, para perdonar cualquier crimen, para tolerar cualquier cosa que se les pueda ocurrir a los jerarcas de La Habana. ¿Acaso no contemplamos, hace unas horas, a los delegados a la Cumbre de la CELAC guardando un minuto de silencio en honor del hombre que envió subversivos a todos sus países y que ni siquiera representó a Cuba en alguna de esas reuniones?
Ese tema de la supuesta “excepcionalidad” puede aplicarse ahora al escándalo vinculado a la transnacional brasileña Odebrecht. En su sitio oficial, la gran compañía se ufana de tener proyectos de colaboración en docena y media de Estados; de ellos, once son de Latinoamérica. Además del mismo gigante sudamericano, figuran allí Argentina, Colombia, Cuba, Ecuador, Guatemala, México, Panamá, Perú, República Dominicana y Venezuela.
Gil Alessi escribe en el prestigioso diario madrileño El País: “Algunos de los países en que Odebrecht pagó sobornos en América Latina son…”. Sigue una relación en la que figuran todos y cada uno de los antes enumerados,… salvo Cuba. Aunque el colega no ha pretendido hacer una relación exhaustiva (sólo dice mencionar “algunos”), tenemos que insistir: ¿Estará funcionando aquí otra vez la hipotética “excepcionalidad”?
En el resto de Nuestra América se suceden los arrestos de ex funcionarios de alto rango que aceptaron las generosas dádivas del gigante empresarial sudamericano. Días atrás tocó el turno a Gabriel García, antiguo viceministro de Transporte de Colombia; se le acusa de recibir la friolera de seis millones y medio de dólares. Hace apenas unas horas, Miguel Ángel Navarro Portugal, peruano, fue detenido “cuando estaba subiendo a un taxi para fugarse”.
Con anterioridad han sido muchos los cuestionamientos sobre los vínculos con Odebrecht. En Ecuador, el presidente Correa suspendió los contratos y envió una delegación a Brasil para averiguar todo lo posible sobre los potenciales vínculos entre los sobornadores y los altos jefes de la flamante “Revolución Ciudadana” que el mismo jefe de Estado encabeza.
El culebrón no tiene para cuándo acabar. Según escribió Gustavo Gorriti para el mismo diario español ya mencionado, “cerca de 80 altos ejecutivos de la corporación se han comprometido a decir todo lo que saben, en respuesta a las preguntas que se les haga”. Es el acuerdo que han alcanzado con los acusadores públicos.
No en balde el referido colega, con respecto al desenlace de este escándalo de corrupción, lo define con una frase feliz: “Una delación sinfónica”. Y precisa: “Con una partitura acordada, pero cuya performance recién empieza”. Sin embargo, como reza el refrán, “quien hizo la ley, puso la trampa”. Según el convenio con los investigadores, “los delatores se obligan a responder preguntas, no a revelar lo no preguntado”. Aquí se imponen nuevas interrogantes: ¿Se abstendrán los policías y fiscales brasileños de inquirir sobre Cuba? ¿Imperará de nuevo la “excepcionalidad”?
En donde sí no ha funcionado esta última es en los informes de la prestigiosa “Transparencia Internacional”. Según CubaNet, esa entidad, consagrada a monitorear el peculado en el mundo, bajó a Cuba cuatro puestos: nuestro país ocupa ahora el número 60. Nos queda el consuelo de que la fiel aliada bolivariana —Venezuela— está clasificada en el 158, y su presidente Maduro recibió la dudosa distinción de ser escogido como “Persona del Año”; o sea, como quien en todo el planeta más ayudó al crimen organizado y a la corrupción.
Mientras tanto, el ex director ejecutivo de Odebrecht —ahora condenado a casi veinte años de prisión— confesó que el otrora presidente brasileño, Luiz Inácio da Silva, recibió más de dos millones de dólares en sobornos. Esta escandalosa revelación no ha impedido que la inefable Dilma Rousseff exhorte a su mentor a aspirar de nuevo a la primera magistratura, ya que, según ella, triunfaría de calle en los comicios.
Y ya que hablamos del locuaz Lula, surgen de nuevo las preguntas: ¿Cómo explicar su visita a Cuba —en particular al Mariel— poco después de haber abandonado la jefatura del Estado? ¿Se debió a las nostalgias izquierdistas de su época de obrero metalúrgico, o tuvo como objetivo supervisar un negocio en el cual estaba interesado de modo directo?
En el ínterin, Cuba sigue siendo excepcional en este asunto, y ninguno de sus dirigentes se ha visto mezclado (al menos, de manera pública y hasta ahora) en el escándalo iniciado en Brasil, en el cual se han visto involucrados decenas de altos funcionarios de Nuestra América.

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